¿Qué tienen en común Late Motiv y el Un, dos, tres? Para el teleadicto que les habla, mucho. ¿Cuál era la esencia del Un, dos, tres primigenio? El de hacer una televisión en la que prevaleciera la magia y la sorpresa, un espectáculo en donde podía pasar de todo. Sin previo aviso, por las escaleras de la tribuna del público, sobre el escenario, o por la esquina lateral del plató podían entrar desde una fila de moros y cristianos de Alcoy, hasta el actor más premiado. Todo con el macguffin perfecto del juego y el concurso.

El Late Motiv de Andreu Buenafuente concentra en 50 minutos toda esa magia. Es la mar de gratificante sentarse ante la pantalla sin saber qué va a ocurrir. De un tiempo a esta parte ni siquiera se anuncian con antelación los invitados que pasarán a lo largo de la semana. Es un lujo enfrentarte al programa desconociendo sus contenidos. En lo inesperado puede aparecer la genialidad, eso que yo califico como televisión químicamente pura y que el Un, dos, tres logró sólo en sus mejores tiempos, antes de que el exceso de patrocinadores lo lastrara e hiciera tan previsible. Cuando crees que lo has visto todo, llega a Late Motiv un nuevo montaje de United Unknown con su parodia del Festival de Eurovisión con políticos, ves a Cifuentes cantando el Antes muerta que sencilla, y te deslumbra. Lo mismo que cuando entra en escena Raúl Pérez transmutado en Carlos Herrera, Lorenzo Caprile, Montoro o Hernando. Ay, Hernando.

Por las rendijas de su esquema clásico (monólogo, invitado y colaborador habitual) se cuelan en Late Motiv joyas de muchos quilates. Con una banda de lujo, guiones brillantes y producción a la altura de las circunstancias. Lo dicho, tan mágico como el mejor Un, dos, tres.