En Londres se ha levantado la carpa de una nueva era olímpica, la era de las novísimas tecnologías y de las redes sociales, de la más enconada que nunca lucha contra el dopaje, del cronometraje casi perfecto. Pero sobre todo, un nuevo tiempo en el que la ética arquitectónica y la conciencia medioambiental pesan un poco más que la espectacularidad vivida en Pekín 2008. Es otro tipo de escaparate, el de la eficacia y la (relativa) contención presupuestaria frente al músculo y la pirotecnia económica de una nación emergente como China.

Sí, los de Londres 2012 volverán a ser los Juegos del citius, altius, fortius (más lejos, más alto, más fuerte), pero también los que hasta ahora más han abanderado el ahorro, la huida del derroche, la reutilización de materiales, el reciclaje, la captación de energía limpia, además de la regeneración de áreas antes contaminadas y contaminantes.

Estos son los primeros Juegos de la historia que valoran el concepto de efímero, el de tinglado que se levanta y que, tras unas cuantas funciones se va a otro país, otro lugar, como decía la canción. La herencia de estos Juegos será tan importante por aquello que permanecerá -un gran parque, un estadio olímpico, la construcción de viviendas, una escultura bellísima de tan fea- como por todo aquello que desaparecerá. Instalaciones de diseño, algunas con capacidad hasta para 12.000 espectadores, pero también de quita y pon, que se eliminarán porque no son necesarias y que otras ciudades podrán aprovechar si quieren.

Alguien se preguntará si realmente se puede seguir hablando de austeridad cuando al Locog, el comité organizador de los Juegos se le ha ido la mano presupuestaria no una sino dos veces, para pasar de los 3.000 millones de libras iniciales a los 9.400 (11.280 millones de euros) consignados en este momento.

Pero se habla de una estimación final (obras incluidas) de hasta 16.000. Una cifra que evidentemente puede acabar engordando. Ni los adalides de la economía liberal -voces, por ejemplo, como las del Financial Times- se han cuestionado lo que consideran ciertos excesos, como los 51 millones de euros que costará la competición hípica en Greenwich Park -"que no dejará más que césped levantado", decía un artículo- o los 600 que costó el estadio olímpico, sin uso confirmado tras la fiesta olímpica y paralímpica.

Pese a ello, sí es cierto que, en una coyuntura económica deprimente, los gestos para ahorrar y no malgastar se han sucedido, dejando el listón alto para las siguientes citas olímpicas: Río de Janeiro en el 2016 y, quién sabe, si Madrid en el 2020.

Londres ha hecho un gran esfuerzo para preparar los Juegos Olímpicos y todo ello ha dado sus resultados. También la idea de que lo efímero es necesario, una idea que siempre ha tenido cabida en el mundo del arte, pero menos en acontecimientos como el olímpico, donde siempre se busca hacer dinero.

Una vista rápida al parque olímpico arroja un balance que descoloca. Muchas de sus edificaciones desaparecen tras los Juegos Paralímpicos, algunas verán como su tamaño mengua, otras más serán remodeladas. Así, el pabellón de baloncesto será desmontado, lo mismo que las instalaciones acuáticas donde se llevará a cabo la competición de waterpolo, justo igual que la pista de hockey, que lejos de ser verde (como toda la vida) será azul y rosa. La Copperbox (caja de cobre), donde se jugarán las fases iniciales de balonmano está hecha de materiales reciclados.

Incluso la gran joya arquitectónica del anillo olímpico, el impresionante centro acuático firmado por la prestigiosa Zaha Hadid, verá mutiladas las gradas de sus dos costados para rebajar el número de espectadores. ¿Más ejemplos? Tal vez el más gráfico es el velódromo, popularmente bautizado como Pringle por la forma que tiene su techo, que se asemeja a la popular patata frita.

Si hay un país que puede ser el mejor del mundo en ciclismo en pista ese es el Reino Unido. La ocasión era inmejorable para edificar un gran velódromo en Londres (que era necesario) con capacidad para miles de personas, sin embargo los organizadores pensaron que era mejor apretarse el cinturón y limitar el aforo a un máximo de 6.000 asientos que tras los juegos serán 4.500 para luego no tener que gastar lo indecible en mantenimiento, el gran caballo de batalla de este tipo de equipamientos cuando dejan de ser olímpicos.

La suerte de estar en Londres en esas fechas es que, sin tener que desplazarse al lejano anillo de Newham y Stratford, se podrá respirar el espíritu olímpico y disfrutar de las grandes atracciones de la ciudad (abadía de Westminster, Big Ben y las casas del Parlamento, todo el complejo museístico en torno a Trafalgar Square? y un largo etcétera).

Uno de los platos estrella de la cita olímpica será el voleibol playa. Las competiciones masculina y femenina se celebrarán en el Horse Guards Parade, es decir donde cada día se produce el cambio de guardia de la caballería de la reina. Una cita que no se interrumpió nunca (ni siquiera en tiempo de guerra) y que ahora tendrá que trasladarse para dar cabida a las pistas de fina arena.

Estas estarán rodeadas de edificios ilustres. De hecho, el primer ministro, David Cameron, podrá ver la competición (sin pagar) porque las ventanas del 10 de Downing Street dan justo a esa explanada donde también vigilarán, desde los ventanales opuestos, los oficinistas (¿agentes secretos?, ¿espías?) del Ministerio de Defensa, donde un día trabajó Ian Fleming, el creador de James Bond.

Quedan menos de una semana para las dos semanas de los Juegos, y aunque no está previsto que 007 participe, el circo olímpico también promete persecuciones, embarcaciones a toda velocidad, combates, puñetazos (pero con guantes), buenos y villanos (algunos malos de Bond fueron olímpicos e incluso medallistas). Y no lo duden, habrá disparos sea con carabina o pistola corta. Luego, cuando el pebetero se extinga, quedarán las emociones, las obras y, en la mente, aquellas instalaciones que se desmontarán en busca de un nuevo destino.