­Los Juegos Olímpicos se han convertido inevitablemente en el escaparate de los nacionalismos. Las viejas naciones con gobiernos dictatoriales hacían del deporte una muestra de grandeza que escondía sus innegables carencias que iban a de lo económico a los humano. Los Juegos han tenido sedes tan poco compatibles con la libertad como Berlín (36), Moscú (1980) y Pekín (2008). En todos, desde hace años, prima el uso de la bandera nacional para celebrar los triunfos.

Hizo gracia que el ugandés Akii Bua, tras ganar la prueba de los cuatrocientos vallas en Munich-72 diera la vuelta al estadio envuelto en su enseña nacional. Fue gesto improvisado. No había en ello reacción estudiada. Aquello, que sorprendió se ha convertido en habitual. Los deportistas, en general, están dispuestos a celebrar la victoria mostrando su fe patriótica con la bandera. Todos los posibles vencedores tienen en la primera fila de las gradas a varios compatriotas con la bandera a mano para entregársela. Sin embargo, los Juegos son también ocasión para manifestarse contra corriente.

Ha ocurrido en Inglaterra que en el equipo de fútbol británico, compuesto por ingleses, escoceses, irlandeses y galeses, ha habido futbolistas que no han cantado el himno nacional. Han pasado del «God Save the Queen». Los periódicos se han hecho eco de esta actitud con nombres propios. La rebelión la encabezaba el veterano galés Ryan Giggs a quien se recurrió como emblema del fútbol del Reino Unido. Los galeses siguieron su ejemplo y hubo cinco futbolistas que no cantaron.

En los partidos de fútbol es de notar el énfasis que ponen la mayoría de los italianos, empezando por Buffon cuando suena su «marcheta». En el equipo francés se notan menos entusiasmos en el caso de los futbolistas de origen extranjero. Con España no se da el caso porque la «Marcha de Granaderos», de autor austríaco, no tiene letra. Fracasó la que escribió Eduardo Marquina y con la democracia fue reprobada la de José María Pemán porque era la de la dictadura. En España se reprobaba a quien mostrara, durante la interpretación del himno, cualquier movimiento fuera del estado de firmes.

Llegó un capitán madrileño, Raúl, e impuso el abandono de la anterior compostura para estar todo el equipo abrazado. Nadie rechistó. Permanecer firmes ya no es actitud obligatoria. Luís Aragonés, seleccionador, de pie delante del banquillo cantaba. Decía la letra de Pemán, que era la que nos habían hecho aprender en las escuelas para entrar y salir de clase.

En Glasgow, en partido de fútbol en que se ha interpretado el himno nacional se han oído más silbidos que en otros lugares. Algunos de los jugadores que se negaron a interpretar el «God Save» si manifestaron su intención de guardar compostura, de ser respetuosos.

En la final de tenis de la Olimpiadas 2012, en Wimbledon, Andy Murray, escocés, jugó contra Federer con dos muñequeras en las que lucía la bandera escocesa. No hubo ninguna actitud condenatoria y todo el estadio celebró su victoria. Él respondió ondeando la bandera del Reino Unido.

Más críticas adversas tendrá, seguramente el jugador de hockey hierba Alexandre Fábregas Carné quien ha dicho que juega con España porque no tiene otra opción. Ha confesado su catalanismo y le han llovido mensajes poco agradables.

En el fútbol español, que recuerde, solamente hay indicios de que dos futbolistas pidieran no ser seleccionados de nuevo. Fue en circunstancias muy concretas que tal vez son más comprensibles ahora.

El deporte creó en el este de Europa el atleta de estado, un modo de simular el profesionalismo con prebendas varias. Ferenc Puskas, por ejemplo, fue ascendido a coronel en el ejército húngaro. En general, los deportistas de estos países eran representantes del régimen como lo han sido los cubanos en su mayoría. Ejemplo palmario el del campeón de boxeo, Teófilo Stevenson, que se negó a abandonar Cuba cuando le ofrecieron fortunas por ser profesional en Estados Unidos. En general, los deportistas cubanos muestran mayores entusiasmos cuando derrotan a un estadounidense.

En el Reino Unido estas actitudes únicamente se dan en circunstancias como la de los Juegos. En los grandes deportes, fútbol y rugby hay cuatro selecciones nacionales y cada jugador se integra en la suya con lo que desaparece la necesidad de la reivindicación política.

Los Juegos Olímpicos han hecho doctrina con el uso de los símbolos. Hay libertad para la expresión de los nacionalismos. Prohibirlo habría sido un error.