Woroud Sawalha ganó el puesto para participar en los Juegos de Londres en un muy particular preolímpico junto a lo más granado de chicas corredoras de Cisjordania. Ayer se convirtió en la primera mujer palestina en pisar un tartán olímpico. Si se quiere, tuvo una visión privilegiada de la prueba: desde atrás. Sus 2.29 estuvieron muy cerquita de una mauritana que quedó inmediatamente detrás. Fue testigo de las lágrimas de la turca Merve Aydin, que tardó tres minutos y medio en entrar en meta tras lesionarse, pero obstinada en llegar hecha un mar de lágrimas. Y vio como todo es posible si hay condiciones innatas: la victoria en su serie de una atleta de Burundi.

Con su presencia, ella espera que «el punto de vista de las niñas palestinas vaya a cambiar sobre la idea de poder practicar deportes de una manera más profesional y con mayor libertad frente a la gente». Mucho tendrá ella que correr todavía para ser pionera, como lo fue la medallsita argelina Hassiba Boulbmerka, aquella que desafío al integrismo para correr sin velo alguno.

Palestina es una rareza en el movimiento olímpico. No está reconocido como país por Naciones Unidas, pero sí que se le permite competir como tal en los Juegos. Como también lo hace en las competiciones de la FIFA. Y es una forma de reivindicar. Como lo hace la propia Sawalha. «Estar aquí es un mensaje para el ocupante israelí que comete crímenes contra nuestro pueblo». Ella, que reside en la población de Ashira, un lugar habituado a las protestas y la represión. En alguna ocasión se han distribuido por la red unos burdos fotomontajes en el que Sawalha se impone a las mejores ochocentistas. Un espejismo que no hace daño.