Tras muchos meses de sacrificio los atletas olímpicos están viviendo o han vivido su gran experiencia. Es hora de festejarla. Muchas disciplinas se estan acabando y sus deportistas andan con ganas de disfrutar del espíritu olímpico en toda la extensión de la palabra. Ahora lo importante sí que es participar. No importa tanto el resultado que hayan obtenido en las pruebas, el mero hecho de poder estar allí es suficiente. Rematarlo a base de fiesta es lo natural. Y ésta incluye grandes dosis de sexo internacional. Una excusa perfecta para hacer mil locuras sin compromiso.

De hecho, al inicio de los Juegos la organización repartió 150.000 preservativos de manera gratuita a los atletas. Lo que prácticamente da a una media de quince condones por deportista para un evento de 17 días. Hasta incluso cuentan ya con un proveedor oficial, previo pago, la empresa Durex.

Los pioneros en repartir preservativos entre los atletas fueron en los juegos de Barcelona 1992, por entonces la medida formaba parte de una campaña de sensibilización para la prevención del sida, por entonces un tema preocupante como pocos. Durante los Juegos de Sydney en 2000 fue necesario solicitar 20.000 preservativos más porque los 70.000 iniciales no fueron suficientes, y en Pekín 2008 la cifra ascendió hasta los 100.000 «globitos». Cuatro años después la cifra se ha visto incrementado hasta los 150.000. Un dato que confirma las más que especulaciones acerca de las prácticas sexuales durante los días de competición.

Son jóvenes, atléticos, de todos los rincones del mundo y si alguna vez se vieron, no se acuerdan. Hombres y mujeres, hombres y hombres y mujeres y mujeres.

Algo, por otro lado, alimentado por la confesión de los propios deportistas y no sólo los actuales. Ya la nadadora olímpica Dawn Fraser, en los años sesenta del pasado siglo, aseguraba que en la Villa había tiempo para todo. «Para un atleta olímpico no hay nada mejor que ganar una competición, recibir la medalla de oro, ser aclamado por las tribunas y luego emborracharse hasta el delirio con una buena cerveza. El amor entre los atletas circula libremente en las villas deportivas sin ninguna prohibición formal o moral». Más romántica fue la historia del estadounidense Harold Connolly, que regresó de los Juegos de Melbourne de 1956 con el oro y una novia, la discóbola checoslovaca Olga Fikotova, medallista de oro un día antes que él. Hubo que permitir un agujero en el Telón de Acero para permitir el matrimonio.

Como la portera del equipo femenino de fútbol de EE UU, que aseguró que «hay mucho sexo. He visto gente teniendo sexo en público, en los jardines, entre los edificios, casi en cualquier lugar. Los Juegos Olímpicos son una experiencia única y todos quieren llevarse un recuerdo y el sexo está incluido». En esta línea, el nadador Ryan Lochte también ha asegurado que « el 70 % de los deportistas practica sexo durante los Juegos».

Por más que el Comité Olímpico Internacional ha intentado prevenir los excesos de los deportistas, finalmente salta a la vista que ha sido imposible. En una semana de competición los episodios etílicos ya sobrepasaban lo esperado. Y eso que el COI prohibió el consumo de alcohol en la Villa Olímpica. Copas de champagne, botellas de vodka, ginebra y hasta zapatos de tacón se han podido ver estos días por la Villa. Muestra de que los atletas no se lo montan mal. Entre los casos más significativos está el del ciclista Bradley Wiggins, el chico dorado del ciclismo británico, que se declaró «borracho como una cuba» por culpa de los vodka-tonics tras ganar el oro olímpico.

Más habituado a las victorias, el jamaicano Usain Bolt festejó su medalla dorada en los cien metros junto a tres deportistas suecas, integrantes de la selección femenina de balonmano. Otro caso es el del remero Mark Hunter, que prefirió alejarse de la Villa y festejar su medalla plata en Mahiki, un conocido bar londinense que organiza fiestas para atletas. «Son los Juegos Olímpicos, es tiempo de divertirse y socializar en la segunda parte de la semana», aseguró Hunter. El ciclista belga Gijs Van Hoecke fue devuelto a casa borracho como una cuba.

Otros como el nadador estadounidense Ryan Lochte y su rival sudafricano Chad le Clos eligieron un local de lujo y más glamour, Chinawhite. En este lugar sirven un cóctel hecho de cognac y champagne, que tiene unos anillos de oro hechos a mano en el fondo del vaso. El precio es de campeón: 2.012 libras (unos 1.270 euros). Y después, lo que viniera.