Es España. Se la quiere o se la odia. Algunos, los más sabios, la disfrutan. Por sus logros, sus medallas, sus éxitos. En Río están casi los mismos que se colgaron el oro en los Eurobásket de Francia'15, Lituania'11 y Polonia'09; los de la plata olímpica en Londres 2012 y Pekín 2008; los del Mundobásket de Japón 2006. La generación dorada, ese equipo de funambulistas de la canasta. De supervivientes. Calcan, torneo tras torneo, el mismo modus operandi. Verano tras verano, competición tras competición, bordean el abismo, como sucedió esta madrugada ante Nigeria, como sucederá ya, a partir de ahora, en estos Juegos Olímpicos de Río. Y, quién sabe cómo, en todas las situaciones anteriores salieron adelante. Es su rutina. Lo lograron también contra los africanos, ante los que malgastaron dos rentas de hasta 14 puntos. Ante los que se vivió una auténtica montaña rusa de juego, de sensaciones, de estados de ánimo. Y ante los que se ganó: 87-96. Hay vida pues. Al menos, hasta el sábado, ante Lituania.

Sucede, verano tras verano, que la catarata de críticas, de miedos y de vómitos salpican la credibilidad de este equipo. Una plantilla a la que comienzan a pesarle los años. Los niños de oro de Lisboa, los de la generación del 80, soplan velas. Como todos. De los 36 años van camino ya Pau Gasol, Juan Carlos Navarro o Felipe Reyes. Y algún día fallarán, hincarán la rodilla, como el soldado Aquiles. Como le ocurrió a Miguel Indurain aquel julio del 96 ante un danés más joven, más fuerte, con más hambre llamado Bjarne Riis. Como le ocurrió a Emilio Butragueño con Raúl González aquel invierno del 94 en La Romareda. Es la historia de la vida y del deporte. Pero hasta el sábado, esta generación sigue teniendo carta libre. Para jugar a la pocha, para entrar y salir o para jugar al baloncesto cuando les dé la gana.

Porque eso es lo que sucedió ante Nigeria. Una selección anárquica, la campeona de África. Llena de atletas, sin jugadores nacidos en suelo patrio, pero recluidos por la procedencia de padres y madres, que acudieron a Estados Unidos en busca del sueño americano. El músculo y el acierto exterior pusieron contra las cuerdas a los hombres de Sergio Scariolo, que será, haga lo que haga, criticado hasta la extenuación pese a sus tres títulos de Europa y al subcampeonato olímpico con la selección española. Nadie ha conseguido semejante currículum en el banquillo del equipo nacional. Jamás.

Ganó España, que era lo importante. Hubo noticias buenas y malas en el partido. Regresó, a ratos, la alegría, la circulación de balón, el desparpajo. Cambió el lenguaje corporal de buena parte de la selección. Los hombres del banquillo no eran maniquíes. Había tensión. Pero cuando las rentas alcanzaron, hasta en dos ocasiones, los 14 puntos a favor, el equipo desconectó. Creyó que el trabajo estaba hecho. Y esta España, la de ahora, la del tercer partido de los Juegos de Río, no puede permitirse ese escenario. Está aún flacucha, algo desnutrida, desprovista de víveres, de recursos suficientes. Porque si en vez de Nigeria está Lituania o Argentina, ahora estaríamos de funeral. Encajó España 55 puntos entre el segundo y el tercer cuarto, una brutalidad. Y eso que Rudy Fernández al fin llegó a Río. Y que, a regañadientes, Ricky Rubio y Pau Gasol engancharon buenas rachas. Cada uno en lo suyo. Uno a la carrera y en defensa y el otro imponiendo su legado. A pesar del problemón del tiro del base y del mal momento físico del pívot. Y ayudaron los viejos rockeros como Navarro y Felipe.

A España se le ha visto peor en otros momentos puntuales de otros campeonatos, pero ahora se quedó sin colchón, aunque los 96 puntos transformados -tras los 70 ante Crocia y los 65 frente a Brasil- suenen a música celestial. Es cuestión de creer o no creer. De tener fe en la extraña rutina de este grupo de jugadores. Y el peso de las medallas que estos hombres llevan al cuello les hace ser acreedores de la confianza de todo un país. Aunque el sábado, ante Lituania, las alhajas no servirán de nada. Será otro incómodo paseo por el desfiladero que llevará a España a ganarse una vida extra ante Argentina o a poner fin al legado de la mejor generación de baloncestistas que hayan visto los ojos de este país llamado España.