Se cumplió el pronóstico. Y no me refiero al mío o al de la gran mayoría de gurús del baloncesto patrio. Hablo del anunciado por el propio Sergio Scariolo, horas antes de arrancar estos JJOO. Le preguntaron aquel día al coach italiano por la posibilidad de ganar a EEUU en Río. El seleccionador nacional fue tan tajante como realista: "Tenemos que hacerlo tremendamente, tremendamente, tremendamente bien nosotros y ellos tremendamente mal para que no ganen el oro. Y digo tremendamente mal, porque haciendo las cosas solo mal, también lo ganarán", dijo.

Desgraciadamente no se dio la ecuación soñada. España estuvo bien, incluso tremendamente bien durante algunos minutos, pero ellos no fallaron en su día D. Era el partido que han estado esperando desde que se juntaron hace más de un mes en su país. Y se les notó desde el mismo salto inicial.

Es verdad que España trató de tú a tú al USA Team en Río como lo hizo en Pekín 2008 o en Londres 2012. Pero le "mató" esa exhuberancia física que lucen los de las barras y estrellas y que convierte en un duelo desigual cualquier partido entre un equipo de baloncesto terrenal -el nuestro- y otro de atletas capaces de vivir suspendidos en el aire, de mover las manos en defensa con una velocidad difícilmente apreciable por el ojo humano o de correr para adelante y para atrás como si no hubiera mañana. Y es que lo de los de la NBA es más atletismo con canastas que baloncesto propiamente dicho.

Alguno se había montado una película de ciencia ficción en las horas previas. Tras el subidón de cuartos de final con la paliza a Francia, la versión 2016 del cuento de la lechera para esos extra optimistas era que si los americanos habían ganado el otro día a los galos solo por 3 y nosotros les habíamos sacado de la pista el miércoles... pues eso. No pensaron -los de la botella medio llena- en la distinta actitud con la que EEUU encara desde hace una década sus partidos contra España respecto a cualquier otro rival del planeta FIBA. Ellos no respetan a nadie. Se saben tan superiores a Serbia, a Francia o a Australia, que simplemente "pasan" de sufrir cuando juegan contra ellos. Les vale con ir al tran tran. Nada que ver cuando ven al otro lado del parqué al equipo con la roja y gualda en el pecho. Entonces suman esfuerzos individuales en beneficio del colectivo, van al rebote de ataque con agresividad extrema, no tienen problema en buscar siempre un extra pass y corren como si fueran velocistas del hectómetro en la final del estadio olímpico. Y así son invencibles. Hay que admitirlo.

España no jugará esta vez por el oro, pero sí el partido por el tercer y cuarto puesto en busca de subir otra vez al podio. El bronce sería un epílogo más que digo para esta generación inolvidable. Ojalá.