Nunca había visto tanta gente hambrienta de un discurso como en la charla que la bióloga Lynn Margulis (Los inicios de la vida) pronunció en la Feria del Libro. Había gente en el suelo, en los pasillos, junto a la mesa de la conferenciante. Aunque las únicas revoluciones que siguen vigentes y crecientes (aparte de la emancipación de la mujer) son las que cambiaron los cimientos de la Física (Einstein) y de la Biología (Darwin), nadie es tan hermoso como los herejes, lo sabían Valle-Inclán, The Rolling Stones (Simpathy for the devil) y don Marcelino Menéndez y Pelayo, que tuvo que despachar una historia monumental en varios volúmenes para librar­se de la concupiscencia que le despertaban los heterodoxos. Y Margulis es heterodoxa y se atreve a corregir a Darwin: para sobrevivir, la asociación es tan importante como la competencia.

Las publicaciones de la Universitat de València en torno al bicentenario de Darwin le han dado a nuestra ciudad un protagonismo a escala española. No ocurre muy a menudo. La editorial Denes, pese a su modestia, también ha acertado al recuperar a otra heterodoxa, Simone Weil (Autobiografía espiritual). Simone es tenida por la última mística, quizás de un mo­do muy parecido a como Ernst Jünger fue el último caballero andante. Jünger combatió en las dos guerras mundiales, aunque de modo mucho más decisivo en la Primera: fue la que inaugu­ró la muerte funcionarial, industrializada; la matanza en serie y la propaganda masiva.

Si se fijan en la famosa crisis, verán que seguimos actuando como si los viejos dogmas —el crecimiento indefinido, la desre­gulación creciente, la creación de empleo ligada al aumento de los beneficios— no hubieran saltado en mil pedazos. Pero alguien en algún lugar está concibiendo ideas (no busquen en los Krugman y similares) y cuando les llegue su hora serán tan poderosas como la explosión de una estrella. Y mucho más contagiosas que la fiebre porcina.

(empica5@yahoo.es)