Era inevitable que se impusiera en la agenda el duelo de damas con detalladas imágenes de frente, de perfil, de espalda, con modelos de fiesta y de gala y cotejo de medidas, poses, marcas, peinados, complementos, altura de tacón. No es nuevo que los medios de comunicación sienten al público en el palco para que pueda comentar, con prismáticos de ópera o con impertinentes, la entrada en el teatro o en los salones, pero esta vez se ha perdido hipocresía social y se ha ganado pasión futbolística. Estamos en la final de la Eurodama, nos jugamos mucho, «a por ellas, oé». Quedamos a un pelo de pasar de la prosa pomposa a la frase cervecera, del ¡Hola! al Marca. Otra vez será, para la próxima. Era ine­vitable, somos primitivos.

Como las nuevas tecnologías permiten una sociedad más participativa, para la víspera se organizó el foro apueste por una y para la despedida «vote por la más guapa, elegante, glamourosa». Como también traen una sociedad más libre y campechana, en el futuro se votará a la que esté más buena, y como se tiende a la igualdad, en unos años serán los maromos de reinas y presidentas: comparación de pectorales, culitos ceñidos, paquetes. Avancemos en el primitivismo.

Miremos las caderas de las primeras damas mientras los jefes de Estado hacen negocios o hablan de terrorismo en el salón de no fumar. En la sociedad más igualitaria, las primeras damas son tratadas como misses, como las misses recibían simulacro de tratamiento de princesas, con corona y todo. La cámara no distingue la joyería de la bisutería, a la princesa de Asturias de Miss Murcia.

Toda competición debe ser regu­lada. Si a los ciclistas no se les deja medicarse ni por razones de salud, a las primeras damas y a los primeros caballeros tampoco se les debería dejar operarse de nada que mejore su estética. Sólo así habrá juego limpio y en el palco podremos decir lo que aquella señora a su marido en el Liceo de Barcelona observando a otro socio que había llevado a la ópera a la querida: «Es más guapa la nuestra.»