Incluso en la foto más institucional de las que se mostraban en las portadas de los periódicos (Abc) la familia real española perdía su hieratismo protocolario para observar con especial satisfacción a la primera dama de Francia que, con particular donosura, extendía su mano al Rey para que se la besara. El escenario era el Palacio Real de Madrid y delante de los cortinones regios aparecían la familia anfitriona y sus huéspedes luciendo vistosas condecoraciones. El único al que se le retrataba la espalda era a monsieur Sarkozy que, por lo que se veía en su parte trasera, debía lucir una especie de toisón, y mantenía una cierta distancia de su esposa para no restarle lucimiento. En otra de las fotografías (La Vanguardia), la que reclinaba su cabeza, reverente, era una informal Carla Bruni, a la que Juan Carlos, solícito, sostenía su mano y, en medio de los dos, Sarkozy, no se sabe si como el amigo que los presentaba cordialmente o un maestro de ceremonias. La llamada foto oficial de La Zarzuela no aparecía en ningún diario de tirada nacional, pero su proyecto sí (La Razón). Ya estaban colocados para posar, príncipes y reyes, cuando acelerando su garboso paso madame Sarkozy llegaba la última a la foto antes de que actuara el flash. A partir de ahí, empezaban a desaparecer de las instantáneas de portada los jefes de Estado y aparecía Carla Bruni con severo traje negro y banda, su linda mano izquierda sobre el pecho, la derecha en reposo, confesando no se sabe qué a los príncipes y a la reina, y éstos, partidos de risa, la cola del traje de Letizia, delante de una hermosa cornucopia palaciega (El Mundo). Luego, ni palacio, ni reyes, ni príncipe, sino lo más hermoso de cada casa: Letizia y Carla, besándose, los espléndidos perfiles de sus rostros, encontrándose (El Periódico de Cataluña). La juvenil pareja aparecía de espalda (El País) subiendo una escalera con glamurosos tacones, colores bien distintos en sus vestidos, pero como si los modistos se hubieran puesto de acuerdo para entonarlos. Todo el mundo habló de esos culos y no del de Sarkozy, que también fue retratado. Los fotógrafos son los que mejor explican las noticias.

Y aparte. Nadie duda de que a Nicolas Sarkozy le interese la lucha antiterrorista, la energía nuclear, las ferrovías, las autovías y, por supuesto, la crisis. Pero todo eso sería mucho más amargo para él sin la mujer que tiene; sin las fotos, las ceremonias y la propaganda. Por fortuna para él es el presidente de la República posiblemente más ceremoniosa que existe, pero no hay nada como una monarquía para lucir el palmito. Con toda seguridad se ha ido de España con ganas de ser lo único que le falta: rey. Es poco probable, no obstante, que intente restituir la monarquía francesa. Pero los mismos que miran con reparo los culos de la princesa y la presidenta, y analizan con lupa feministas las fotografías, admiten que madame Bruni sea una etiqueta de marca para los franceses y la mejor adquisición de Sarkozy para su propia imagen. El prurito feminista no impide ver con naturalidad el arribo de la crónica rosa a la prensa más seria y, como si sólo contemplar un buen culo y elogiarlo fuera un pecado de leso machismo, se da por normal el machismo esencial que ha revelado la visita oficial de Carla Bruni a España.