Cuando se celebraron las elecciones parlamentarias y a los consejos provinciales de 2005 en Afganistán, el país parecía estar ante el inicio de una estabilización. Hubo talibanes moderados que se incorporaron al proceso político y participaron en los programas de desarme de la ONU, y otros se confinaron a sus regiones-nicho del sur. Hubo extremistas que se refugiaron en la región fronteriza de Waziristán, Pakistán, donde han establecido su organización bajo la protección de las tribus pastún que controlan esa zona. Desde esa frontera porosa se sirven para penetrar en el país a perpetrar atentados. El Afganistán de hoy es mucho más caótico y peligro­so que el de 2005, y el origen está en la extensión de las operaciones de combate de la Coalición al sureste en 2006, clave del progresivo empeoramiento que ha sufrido el país. De 2001 a 2003 no hu­bo ataques suicidas, en 2004 tan sÓlo tres, en 2005 empiezan a aumentar a diecisiete, pero en 2006 la cifra se disparó a 124, con un resultado de 4.400 víctimas. Este incremento coincide en el tiempo con la extensión de las operaciones de combate de la fuerzas de la Coalición al sureste, una zona talibán donde antes aún no habían penetrado los americanos. En 2007 hubo 137 ataques suicidas, que dieron lugar a 6.000 muertes (210 eran soldados de la Coalición y 700 afganos). En junio de ese mismo año murieron 90 civiles en tan sólo diez días. La cifra de víctimas civiles en 2008 está en torno a los 5.000. Estas operaciones han hecho inaccesibles para la ayuda humanitaria la mitad de los distritos del país, provocando un mayor rechazo de la población a los internacionales y una identificación de ISAF-OTAN con las acciones bélicas. La misma OTAN ha afirmado que la mitad de Afganistán cuenta ahora con una presencia talibán al­ta. Estamos asistiendo, pues, a una preocupante recuperación de Al Qaeda y los talibán en los dos últimos años.

Hay que diferenciar claramente entre la presencia de tropas bajo resolución de la ONU y destinadas a la reconstrucción, como es el ca­so de las españolas, y la coalición anglo-americana, sin un mandato legal claro ni consenso con el resto de países. Las tropas deben continuar en Afganistán, y además aumentarse hasta los cerca de 90.000 efectivos que serían necesarios. Pe­ro, eso sí, no para combatir, sino para asegurar la zona, la reconstrucción y el restablecimiento del Estado de Derecho. También en gran medida para asistir a las fuerzas afganas con la finalidad de que puedan hacerse cargo del país por sí mismas en un futuro, que pudie­ran llegar a ser autónomas sin necesitar la ayuda externa. El refuer­zo militar que tanto necesita Afganistán debería ir destinado a todo es­to y no a continuar con unas operaciones de combate que ya han demostrado ser muy desacertadas. Pero existe la necesidad de recobrar el sentido mediante otro instrumento, hoy denostado: la recuperación de la política como medio de integración. A través de ella se pueden abordar los grandes de­safíos presentes, que con mayor acierto que las acciones de combate podría contribuir a mejorar el país: aumentar el sueldo de la poli­cía y del ejército afganos, dotándoles de capacidades y recursos pa­ra que se vayan haciendo cargo de la parte más ardua del combate, el apoyo al Estado de Derecho, la descentralización a cambio de la integración de sus huestes en las fuerzas regulares, la lucha contra la corrupción. Y de manera preferencial, un pacto con los gobernadores con la finalidad de buscar alternativas u otras salidas al cultivo del opio. Cuando el gobernador de Nangarhar ha decidido presentarse a las elecciones, ha mandado sustituir los cultivos de la amapola por rentables piscifactorías. Las elecciones programadas para este año, junto con el nuevo rumbo que le va a dar al país la Administración Obama, podrían aportar nuevas oportunidades de mejora, la mayor parte de ellas enmarcadas en el uso de la política y no de la fuerza.

Y, por último, tenemos un motivo muy poderoso para no abandonar Afganistán a su suerte: muchos de los yihadistas que vienen a nuestras sociedades se entrenan allí y desde allí reciben el apoyo para atentar contra nuestras demo­cracias. De alguna manera, quienes amenazan a nuestras sociedades en Occidente tienen un vínculo con aquel lugar.

*Experta en seguridad y política internacionales, consultora de organismos internacionales en zonas en conflicto.