En Cañas y barro (1902), la novela de Blasco Ibáñez, cuya principal trama argumental transcurre en la isla del Palmar, el all i pebre era casi desconocido en Valencia. Lógico, pues es un elemental guiso ideado por los pescadores del Palmar, con el propósito de utilizar el sinnúmero de anguilas que pescaban en la Albufera y alrededores. Ajo y pimentón, ¿por qué? Para encubrir, parcialmente, el sabor fangoso —incluso entonces— de este ejemplar de la familia anguillidae.

Blasco Ibáñez relata, con su minuciosa y realista prosa descriptiva, los viajes en barca desde El Palmar a Catarroja, Silla o El Saler, poblaciones ribereñas donde una tartana recogía a los pasajeros y los acercaba a Valencia.

Nos habla del hacinamiento de las personas y de olores a pescado pútrido. Y también de los conflictos sociales entre los arroceros y los pescadores. La colonización agraria que llevaron a cabo los primeros ante la pasividad estatal. Como ha escrito Carles Sanchis Ibor, «l´Albufera del tiempo de Blasco Ibáñez fue, en definitiva, un espacio convulso, escenario de un cambio paisajístico acelerado y de un dramático conflicto social, recreado en Cañas y barro a partir de las impresiones que el novelista se llevó de sus veinte días de estancia en el humedal».

El navío más famoso y popular que surcaba la Albufera rumbo a varios y vecinos destinos (una barca grande, en realidad) se llamaba Ravajol. Algunos cronistas sospechan que este nombre era un homenaje explícito a Ravachol, una aleación de facineroso y anarquista de finales del siglo XIX.

Un cierto sentimiento anarquista ha anidado siempre en los corazones de los pobres —particularmente en el siglo XIX y principios del XX— y los pescadores del Palmar lo eran. Y habían oído hablar de Ravachol.

Uno de los estímulos del habitante más o menos burgués de Valencia cuando iba al Palmar a bordo de Ravajol y enlazaba con una tartana, era comer all i pebre. A la burguesía siempre le ha pirrado el populismo como ocio.

Cuando El Palmar dejó de ser una isla, a finales de los años 30 y principios de los 40, del siglo XX, el all i pebre ya estaba más próximo a Valencia. El parque automovilístico era, sin embargo, muy escaso. Pero, paulatinamente, gracias al Seat 600 y después el 850, sin menospreciar (años 60, el 4L, cuatro latas, según la sorna popular; o el Citroën 2 CV, el favorito de los hippies con mono de all i pebre), empezaron las romerías dominicales a esta población. Y todo El Palmar se atestó de restaurantes, la mayoría propiedad de familias de tradición pesquera.

Ahora, merced a un proyecto de la Conselleria de Infraestructuras, tan original y revolucionario como una canción de Jarabe de Palo o Kaka de Luxe, un autobús ecológico (esto es, pintado de verde y con maceteros en el interior) conectará la Ciudad de las Ciencias con El Palmar. Circulará por una carretera con dos carriles, paralela a la autopista del Saler. Parará en Nazaret, la ZAL (Zona de Actividades Logísticas), la depuradora de Pinedo, El Saler y, finalmente, El Palmar. El autobús ecológico transitará por parte de los terrenos de los arrozales. Ya verán como, además de los arrozales, algún que otro pino también saldrá perjudicado, con el auxilio de las motosierras.

Tiene gracia. Un autobús ecológico que menoscabará, en mayor o menor medida, el Parque Natural de la Albufera y la avifauna.

Sin embargo, el problema fundamental es éste: ¿habrá suficientes anguilas en El Palmar cuando el autobús descargue allí decenas de miles de turistas procedentes de la Ciudad de las Ciencias? ¿No estaremos ante el principio del fin del all i pebre? ¿O ante la versión, actualizada (siglo XXI) de Cañas y barro?