Las empresas siguen a la deriva, bloqueadas y sin recursos mientras los siempre eficientes bancos y banqueros españoles se mantienen concentrados en su cuenta de resultados no sea que su evolución descienda de los dos dígitos. Los directivos de las cajas de ahorro, situados de un año a esta parte en el lado oscuro de la transparencia para no crear alarma social, caminan ensimismados sobre sus crecientes índices de morosidad, los decrecientes de solvencia y en el denso calendario de vencimientos de deuda, un sable que pende sobre sus cabezas desde los tiempos locos de la burbuja y el cha cha chá. Menos mal que ya se acerca el momento de recibir las ayudas para las cajas que prepara el Gobierno y de afrontar las grandes fusiones que teóricamente salvarán al sector (a estas alturas de siglo y todavía con problemas de tamaño, hay que ver). Así y todo, nada que ver con los indesmayables gestores de los oligopolios ibéricos, los telefónicos, petroleros, gasísticos, eléctricos y algún otro. Teniendo cogidos como tienen por mala sea la parte a los mercados y a los consumidores, no rebajan un céntimo sus tarifas no sea que pierdan una stock option o un vil dividendo. «Oiga, que nos debemos a nuestros accionistas», se defienden. Sí, pero sobre todo a sus clientes y usuarios, gracias a los cuales sus accionistas pueden seguir siéndolo.

La campaña electoral nos ha servido, al menos, para verificar de nuevo la brecha existente entre los dirigentes políticos y la vida real. Seguimos sin saber muy bien por qué es importante que José Manuel Duräo Barroso no siga al frente de la Comisión Europea (el Gobierno de la UE), pero hemos contemplado bien a las claras cómo los que se supone no deberían pegar ojo de preocupación por la crisis, siguen más pendientes de los trajes a medida, el blindaje de los Audi y la velocidad de los Falcon (¿de verdad piensan que un presidente en campaña no debe dar ejemplo y sólo puede desplazarse en avión del Ejército? Después no se extrañen cuando cualquier alcalde despistado cargue al municipio las facturas del partido). Son perfectamente equiparables a los que de toda la vida han aprovechado su posición para pillar mordida (para el partido o para sí mismos o, lo más habitual, para ambos) de cualquier recinto ferial o gran hospital que se construya. No obstante, la gran mayoría de los políticos son gente honrada y seguramente muy trabajadora, aunque unos pocos arruinen la fama del resto. Como los tres paleolíticos presidentes de diputación de la Comunitat: el cacique de Castelló, del que ya está todo escrito; el de Valencia —«¡Arriba España!»—, al que le gustaría sulfatar a los profesores que hablan catalán, y el de Alicante, que a veces se le descontrola el subconsciente y sueña con poner un traje de rayas a los colegas de El País. ¿Serán falangistas y de las JONS en la intimidad?

Ni siquiera los aficionados al Valencia CF pueden contar con una directiva normal. Los últimos presidentes, vanidosos e indocumentados, empujaron al club directamente a la ruina con el acompañamiento de la autoridad competente y el silencio ambiguo de la oposición. Manuel Llorente (vivo ejemplo de la sempiterna endogamia valenciana) tiene ahora las riendas y el apoyo financiero, pero ya se verá si no es demasiado tarde, tal ha sido el cúmulo de desacatos al sentido común y ofensas a la inteligencia realizados en esa casa con el permiso de unos socios inermes. Resulta extraña la condescendencia de esta sociedad con los dirigentes económicos, políticos y hasta deportivos que no actúan como se espera de ellos. Es posible que hayamos perdido la capacidad de discernir entre vileza y decencia, entre bellacos y nobles. O al menos, que no nos importe.

Una nueva estirpe. Relegado el contenido para mejor ocasión, en la sede del PSPV han pasado directamente a elaborar el continente, siempre más agradecido. El equipo de Jorge Alarte está preparando un potente aparato de agit prop para combatir al muy experimentado del PP en la Generalitat. Cuando se pensaba en nuevas formas de gobernar y hacer política, resulta que todo podría quedarse en un a ver quién la tiene más grande (la máquina propagandística, se entiende). Poco a poco se van incorporando a Blanquerías, ante el pasmo de algunos históricos, racimos de jóvenes periodistas especializados en internet, radio, televisión, prensa... hasta una veintena larga de profesionales dicen que albergará el nuevo grupo de choque mediático socialista. Para albergar a éste y al nuevo personal que sigue aterrizando en la sede, la secretaría de Organización está buscando un edificio de alquiler con varias plantas por los alrededores de Blanquerías. Igual sorpresa ofrece la diligencia con la que fluyen los medios económicos para abonar tanto sueldo, alquiler y adquisición de electrónica. El caso es que algunos militantes no tienen claro que Alarte ordenara una subida de 15 euros en la cuota e inmediatamente se autoincrementara el sueldo hasta los 7.200 euros brutos mensuales, renunciando, eso sí, a los 70.000 anuales de Alaquàs. Quince años de mediocre oposición y una crisis económica de caballo no van a frenar ahora el engorde de una nueva estirpe tribal. Vale, a lo mejor algún día podemos detenernos a hablar (¡ay!) de ideas y proyectos de gobierno, esas pesadas cuestiones que hay que trajinar entre campaña y campaña.