Como cada año, asistimos resignados al mismo panorama. En la Península Ibérica, miles de hectáreas de bosque se han consumido, pero no todo queda aquí. En la prensa vemos como en otras partes de la Tierra: California, Grecia, Australia.. se repiten con más intensidad violentos incendios que lo devoran todo a su paso. Y es que el fuego no perdona; todavía menos, cuando cuenta con un aliado alimentado por el hombre, como el cambio climático. Los veranos, como demuestran las agencias metereológicas, cada vez son mas severos; caldo de cultivo para propiciar y propagar incendios forestales. Ahora que deberíamos estar mas preparados y alerta que nunca, seguimos sin tomarnos en serio este asunto y con políticas forestales superficiales y frágiles.

Todo esto ya lo sabemos, pero queda mucha gente que no conoce lo que está perdiendo con cada árbol que se convierte en cenizas. Cuando se pierde así nuestra diversidad natural, no solo se nos arranca violentamente nuestro futuro, sino que estamos perdiendo nuestra verdadera economía. La riqueza que queda, la que nos sustenta y no se convierte en chatarra al cabo de unos años, como los automóviles que con tanto empeño las autoridades se preocupan por salvar. Sería interesante que hubiera un PIB que añadiera las perdidas por la contaminación, los incendios forestales, y todos aquellos problemas derivados del cambio climático. Es decir, que el indicador económico tuviera en cuenta las consecuencias medioambientales del crecimiento económico. De tal forma, como apuntaba el economista Serge Latouche, observaríamos un Estado sumido en la más profunda y absoluta recesión.

Por eso, es el momento de pedirle al presidente del Gobierno, qué ha sido de su promesa de plantar 45 millones de árboles para luchar contra la desertificación, conservar la biodiversidad y así crear empleo rural. Desde que hizo tal promesa hace ya 2 años, no se ha plantado ni un solo árbol y lo que es peor, no hay noticias nuevas. Diversas personalidades y colectivos ecologistas estamos esperando que se cumpla dicha promesa. David Hammerstein, antiguo eurodiputado verde, afirmó que con los 90 millones de euros que costaría cumplir la promesa, se crearían unos tres mil empleos. Esto significa, 33 empleos por cada millón gastado, bastante más que los siete empleos por cada millón gastado en grandes infraestructuras o las inversiones industriales. Sin embargo, el motivo dado por el Gobierno para aplazar la plantación de árboles es la actual crisis económica. Obviamente, ni los ecosistemas forestales ni el empleo rural son prioridades para el Gobierno.

A pocos meses de la Cumbre de Copenhague sobre el Cambio Climático, un encuentro decisivo para salvar el clima y que será el sustituto del Protocolo de Kyoto, es hora de tomarse en serio el asunto, y pasar de las palabras a los hechos, de reconvertir nuestras economías y bajarnos del tren que al grito de «más madera» acabará consumiéndose en su codicia. Obviamente, no vamos a salir de la crisis ecológica plantando árboles, pero como demostró la premio nobel de la paz, Wangari Maathai, son de gran ayuda para luchar contra la desertificación, asegurar la supervivencia de las poblaciones rurales, y luchar contra el cambio climático. Por eso, el programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente se propuso plantar 7.000 millones de árboles para 2009 y ya llevan más de 4.000 millones.

Nuestro presidente de Gobierno, debería ayudar a alcanzar este objetivo, y ponerse a la cabeza del liderazgo contra el cambio climático. Demostrar que las cuestiones ambientales son un eje vertebrador e inseparable de cualquier otro tipo de política, y que no puede haber salida de la crisis actual repitiendo los modelos grises y de cemento del pasado.

Coordinador de Jóvenes Verdes