Dos años después del estallido de la crisis económica mundial, seguido como un eco por el estallido local y nacional de las burbujas inmobiliaria y financiera y la evidente incapacidad resolutiva de nuestros gobernantes de aquí y de allá, la economía de los españoles y especialmente la de los valencianos, que es la que nos ocupa, se resquebraja por momentos y nadie parece querer hacer nada. Dicen que hemos tocado fondo y que este mes de septiembre de 2009 será el de la inflexión. Es posible, pero demasiados expertos, suficientemente creíbles, lo dudan. Incluso los hay que hablan de una evolución en «W»... entienden ¿no? (mejora aparente y vuelta a caer). De momento sólo podemos fiarnos de lo palpable, y eso es que cada dato y estadística nuevos que se publican son peores que los anteriores, pero mejores que los siguientes... Mientras Rafael Ferrando —Cierval— lo deja para mañana, Arturo Virosque —Cámara de Comercio— permanece «missing», y Gerardo Camps —Conselleria de Economía— continúa dedicado a sus cosas, sólo una institución económico/empresarial valenciana ha demostrado estar dotada del suficiente desparpajo y reflejos para poner los puntos sobre las íes del desastre económico regional: la CEV que patronea el industrial y exportador José Vicente González. Compartamos una pequeña muestra de la demoledora radiografía emitida la semana pasada por la patronal valenciana, cuyas conclusiones intentan mostrar cierto optimismo pero sin apenas convicción. Para analizar la evolución del sector primario, el agrario, CEV reproduce el análisis de su afiliada AVA-Asaja: «El sector agrario está ofreciendo liquidaciones paupérrimas» y sufre una crisis de rentabilidad «sin precedentes». El secundario, la industria, ofrece un perfil igual de preocupante. El índice de producción industrial cayó entre enero y junio una media del 22%, pero especialmente la industria azulejera (-40%), el transporte (-37%), el textil (-35%), el calzado (-35%), la metalurgia (-34%)... De la construcción ni hablamos, con una caída de los visados para nueva vivienda del 72,3%, unos diez puntos por encima de la media nacional. Por su parte, los precios de la vivienda siguen sin rebajarse en la medida que lo demanda el mercado. Y no habrá recuperación sectorial hasta que no haya ajuste («¡A ver quién aguanta más!», que diría Benjamín Muñoz, el otrora combativo secretario de los promotores locales). Los datos negativos se siguen acumulando en el resto de los sectores, en el comercio, en la venta de coches (sólo sostenidas gracias a las subvenciones públicas: de nada, señor Palma-Faconauto), alimentación, equipo de hogar, etc, etc. Hasta el turismo, la primera industria nacional valenciana, ha retrocedido. En menor medida que en el resto de España, sí, pero retrocedido al fin y al cabo. Y tres cuartos con el comercio exterior. El conjunto ofrece una realidad un tanto apocalíptica por mucho hierro que se le pretenda restar y muchos brotes verdes añadir. Como pueden deducir, la situación entra de lleno (¿o es que no?) en el nivel de alarma social. Los datos son parcialmente extrapolables a España entera, lo cual puede –si se quiere– prestar un consuelo de tontos, pero es que ni siquiera eso: la crisis es claramente más aguda en este rincón de la costa Este que en el resto. ¿Y qué hacemos por aquí para hacer frente al drama? A ver, a ver, mmmmhhhhh.... Ah, sí, subvencionar carreras de coches, conceder financiación sin condiciones a estamentos que conviene tener a favor, evitar conflictos de fusiones bancarias no sea que alguien se enfade, subvencionar a los concesionarios para que las multinacionales dejen de presionar y, en fin, mantener una sobrecargada estructura pública de instituciones ociosas y funcionarios que potencia la ineficacia y falta de competitividad de la economía regional... Mientras, la deuda pública se multiplica, la inversión se reduce a cenizas y la caja se cubre de telarañas. Ahora, por boca del diputado Ricardo Costa, el PP dice que va a bajar los impuestos. ¿Ah, sí? ¿Y de dónde van a sacar para pagarle a él su sueldo y el de los millones de funcionarios, y los coches y los chóferes... y sobre todo, para pagar la enorme deuda contraída durante los años de fortuna? Tal vez habría que recordar a la Generalitat (¿no lo sabrá?) que su única posibilidad es manejar las prioridades. Y si éstas hasta ahora han sido la vida loca y los eventos, tal vez deberían empezar a pensar en apoyar a las empresas y a los empresarios. Pero de verdad, no de mentirijillas como hasta ahora. La riqueza de la Comunidad se escapa por el desagüe y aquí lo único que se les ocurre es culpar a Zapatero y esperar a que nos salve (estamos apañados también con éste, que ni tiene plan ni se atreve siquiera a gravar más a los que más tienen). En fin, tal vez sería el momento de que la siempre manida «sociedad civil» valenciana (¿hay alguien ahí?) tomase cartas en el gobierno de la casa común porque entre absolutistas, dinosaurios y bienpensantes se nos está cayendo el tinglado.