Si repasamos constantemente lo que escribimos y lo que hablamos —y esto lo decimos en primera persona del plural, sin excluirnos de las tergiversaciones—, vemos que utilizamos constantemente y de manera habitual palabras que no existen en nuestra lengua o incluso que les hemos dado un sentido diferente al que señala el diccionario, máxima autoridad en esta materia.

Utilización incorrecta. Muy a menudo empleamos —por boca o escritos— vocablos que, realmente, existen; pero los utilizamos mal, con diferente sentido del que tienen en realidad. Así, decimos «evento» para cualquier hecho normal, cuando realmente esa palabra significa «eventualidad, hecho imprevisto»; sin embargo, ese término lo exponemos para señalar cualquier hecho habitual. Y no digamos de la palabra «provocado», que tantas veces aparece, en voz o en papel, para indicar que un incendio ha sido intencionado; porque provocados son todos los incendios, bien sean eso, «provocados» por un cortocircuito, un rayo o cualquier otra causa.

Más aún vemos lo mal que utilizamos la palabra «escuchar» en vez de oír. Escuchar exige una intención, una voluntad; que ya un viejo refrán indica que «Quien escucha su mal oye». Que a veces hemos oído a un vecino de un atentado que dice algo así: «Yo escuché una detonación». Quien así se exprese podría ser imputado, pues si había «escuchado» fue porque estaba atento, que podía tener conocimiento previo de lo que iba a ocurrir. A quien esto firma, en cierta ocasión le dijo alguien por teléfono: «Es que no le escucho bien». La reacción fue colgar el auricular porque al «no escuchar» era que no quería oír. Muy a menudo, para demostrar que un «evento» —aquí sí puede ser— ha llegado a su momento culminante, tal vez en sentido figurado podía ser «más caliente», decimos a menudo que era el momento «álgido», que quiere decir «momento más frío o crítico».

¡Ah! Sin olvidar cuando se quiere hablar del horario de trabajo y se dice, por ejemplo, «jornada semanal de 35 horas». Primero, la jornada se refiere al día, no a los seis o siete días; y trabajar 35 horas en una jornada que tiene 24 horas resulta algo incomprensible.

Otra del tiempo. Y, ya que hablamos del tiempo, veamos cómo frecuentemente se utiliza éste, el tiempo, con la calificación del espacio; es muy frecuente oír «por espacio de tres días», frase que puede ser replicada con la de «por tiempo de quince metros». Y, ya puestos a repasar frases pronunciadas o escritas —por todos nosotros— que incluyen términos inapropiados, vemos cuando se dice «ir a por tal cosa», cuando esa «a» sobra; recordemos el viejo refrán: «Ir por lana y volver —o salir— trasquilado».

Hay influencias que nos hacen cambiar los términos. Algunos políticos han usado muy a menudo en los últimos tiempos lo de «calidad de vida», cuando lo que le interesa al ciudadano es lo contrario: «la vida de calidad».

También los idiomas extranjeros han influido en determinadas épocas en el español; así, hace mucho tiempo, el francés se introdujo con palabras como «restaurante» —muchas de las cuales ya aceptadas—, pero posteriormente ha sido el inglés, con su «snack», su «beicon» y lo más chocante, su «gay», que en versión original se traduce por «alegre», pero que trata de señalar lo que en español tenemos palabras mucho más contundentes y rotundas para expresar lo que se quiere decir.

Por último, nos referiremos a la forma de señalar a las parejas; cuando una persona habla de su «pareja», en seguida pensamos que el grupo está formado por tres personas, es decir, la que habla y dos más: «la pareja».

Antes, en España se utilizaba un término más concreto; se decía «mi media naranja», para indicar que esas dos personas formaban un todo inseparable. Claro, que los términos en ese terreno han variado mucho: lo que siempre fue «el querido» y «la querida», hoy lo transformamos en «compañeros sentimentales». Y mantenemos que esto los decimos casi todos, que no acusamos a éste ni al otro. En síntesis: en primera persona del plural...