No va más. Es el lenguaje del juego de la ruleta en los casinos. Alrededor de la mesa se sientan los jugadores y los curiosos. Al menos es así como sale en las películas de gángsters. No va más, dice el crupier. La ruleta empieza a girar y la bola se detiene en una de las casillas. Unos ganan y otros pierden. Los que nunca pierden son los mafiosos. Esos se saben al dedillo el funcionamiento de la máquina. O están conchabados con los jefes del casino. El caso es que nunca pierden. Son los amos y no pueden perder. Por eso se ríen de los pardillos que se sientan con ellos a probar suerte. Como si la suerte existiera. Ellos saben que no existe. Porque la suerte caerá siempre en la casilla donde han puesto el imán sus compinches. Siempre pierden los de siempre. Quién lo va a saber mejor que ellos: llevan años ganando, haciendo que la bola se pare en la casilla justa, riéndose en la cara de los incautos a quienes nadie ha explicado nunca que la suerte no existe.

No va más. Los chanchullos del caso Gürtel ya no dan para más. Todos los días salen a la palestra los nombres de quienes han puesto el imán en la casilla ganadora. Todos los días salen a la palestra las abrumadoras cifras de la estafa. Todos los días salen a la palestra las risas de quienes con toda la desfachatez del mundo se burlan de los demás jugadores y sobre todo de los espectadores que contemplan cómo el crupier permite las trampas de sus amigos. El juego de la política valenciana se ha convertido en esa ruleta imantada por Camps y sus colegas. Sentado en su lugar de observación, el juez Juan Luis de la Rúa asiste sin que se le mueva una ceja al espectáculo. La bola se ha detenido en el lugar previamente convenido y él da por buena la jugada: incluso a lo mejor, cuando el casino cierre sus puertas, se irá a celebrar el éxito con los ganadores, como si fuera uno más de la pandilla. No sería la primera vez. Ese mismo juez ha asistido a más de una celebración con sus amigos del PP. No me lo invento yo, lo afirman las fotografías de los periódicos, las imágenes de la televisión, las palabras del propio presidente Camps cuando habla de que para definir su relación con el presidente del Tribunal Superior de Justicia valenciano habría que inventar una palabra nueva que fuera más allá de la amistad.

No va más, señoras y señores. El caso Gürtel ya no da más de sí. Lo único que falta es que la ruleta se pare donde se tenga que parar. Pero sin imanes tramposos, sin ayudas judiciales, sin que los presuntos responsables de los delitos que salen todos los días en la prensa se rían impunemente en nuestras narices y en las de una justicia que habría de ser honorable y no una porquería.

Sólo hay una solución digna a estas alturas de la partida: la dimisión de esos responsables. De todos los responsables -Camps el primero-, y no sólo de un cabeza de turco que esconda como un cordero degollado las cabezas de sus compinches. Hasta el PP saldría reforzado de esas dimisiones. Y la política recobraría una miaja, al menos una miaja, de una credibilidad ética que ahora mismo anda por los suelos. No va más. Es la hora de que el juego se cierre y a los tramposos les caiga encima el peso de la ley. Estaban seguros de que nunca se les iba a acabar el chollo. Por eso hacían y deshacían a su antojo. Por eso adjudicaban los buenos negocios públicos a sus empresas amigas.

Por eso -según las últimas noticias- esas empresas podrían haber desviado bastantes de sus dineros a financiar ilegalmente al PP, como una devolución de favores a la magnanimidad del gobierno de Francisco Camps. No va más. La ruleta Gürtel empieza a girar. ¿Se detendrá la bola en la casilla de siempre? ¿Seguirá puesto el imán del fraude en esa casilla? ¿Y el juez? ¡Ay el juez! ¿Qué hacemos con el juez, eh? ¿Qué hacemos? ¿Qué?