A principios de esta semana nos sorprendía la noticia de que el Gobierno de China había logrado producir una nevada artificial sobre Pekín con el fin de paliar la grave sequía que afecta a aquel país. La imagen de la capital china, situada casi al nivel del mar y cubierta por la nieve a mediados de otoño, parecía atestiguar el éxito de los científicos orientales para modificar el tiempo a su antojo. Y la inmensa mayoría de la gente se lo ha creído, incluidos medios informativos de primera fila mundial que se leen todos los días a través de la red desde cualquier lugar del planeta. En verdad, sólo he leído dudas, críticas y desmentidos en algunos foros especializados, pero a tenor de la reacción general, diría que todo el mundo se ha tragado que alguien, así como así, puede decidir que mañana nieve en Pekín —o en París— como por arte de magia.

Pues a mí me van a permitir que no me crea absolutamente nada, y argumentaré mis motivos. De entrada, la ambición de modificar el tiempo artificialmente, en especial para lograr precipitaciones o evitar las más dañinas, como el granizo, es algo que, digan lo que digan y oigan lo que oigan, continúa científicamente en mantillas. Se sabe una parte de la teoría, consistente en sembrar las nubes, pero se desconoce cómo controlar la dinámica atmosférica para que —en el caso de que se consiga— llueva o nieve donde queremos. Los norteamericanos saben de esto bastante más que los chinos y, por ahora, no hacen demasiadas apuestas al respecto, porque algunos experimentos han sido lo suficientemente desastrosos como para que el intento de evitar una granizada en un sitio haya derivado en pedrisco en un lugar cercano.

Pero vamos con lo sucedido. La clave del asunto es que, independientemente de lo que digan las autoridades chinas, en los últimos días de octubre y los primeros del noviembre en curso, una masa de aire polar muy fría afectó tanto a la zona de Pekín como a una gran parte de China y de otros países asiáticos. Estamos hablando de temperaturas de algunos grados bajo cero al nivel del mar y de unos –10 en la cota 1.500. Con esas condiciones, lo lógico es que nevara en Pekín sin necesidad de que nadie le hiciera cosquillas a las nubes, y seguramente eso es lo que sucedió. Una oportunidad de oro para los estrategas de la propaganda oficial. ¿Se acuerdan de lo que sucedió en España en 2008, cuando la lluviosa primavera que tuvimos evitó el polémico trasvase a Barcelona? Bueno, pues imagínense que a alguien del Gobierno se le hubiese ocurrido entonces la peregrina idea de decirle a la ciudadanía que aquellas lluvias salvadoras fueron obra de la ingeniería oficial para combatir la sequía. Pues, por sorprendente que parezca, da la sensación de que esta ocurrencia ha tomado forma propagandística en China.

Pero las cosas no son tan sencillas: en un momento dado podemos creernos que la mano del hombre logra que nieve en Pekín, pero no que una masa de aire polar de miles de kilómetros de envergadura se descuelgue hasta la latitud de la capital china (algo más de 39º N) y barra una buena parte de Asia, que es lo que sucedió realmente. Por fortuna, la red meteorológica internacional es un excelente testigo de lo que acontece, y gracias a ella podemos saber que el milagro de Pekín también se produjo en otros muchos lugares en las mismas fechas. Sin ir más lejos en los observatorios chinos de Baoding y Tangshan, que están a altitudes (casi al nivel del mar) y latitudes similares a las de Pekín. Esto es algo que se puede constatar vía internet. Si las condiciones meteorológicas de hace una semana en algunas zonas de China las hubiésemos tenido en el dulce Mediterráneo, seguramente Valencia y otras ciudades habrían visto la nieve un primero de noviembre. Vamos, que con la situación que había y pese a que aún no estemos en invierno, lo normal es que nevara en Pekín sin ayuda de nadie.

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