Sitel. Es el nombre del sistema de escuchas telefónicas del Ministerio del Interior. Una máquina capaz de barrer el espacio radioeléctrico y almacenar todas las conversaciones que circulan por él. De manera aleatoria y específica. Es la expresión más perfecta conocida hasta ahora de la profecía del «gran hermano». No cabe duda de que se trata de un mecanismo efectivo, y hasta necesario, para la seguridad del Estado y de los ciudadanos si se utiliza para controlar a terroristas y a otras derivaciones del crimen. Si este sistema existe es inútil suponer que no lo van a utilizar los gobiernos, pues es dudoso que no esté también al alcance de las grandes redes de la delincuencia organizada y de las tramas terroristas. Ahora bien ¿quién controla al controlador? En teoría, el seguimiento de conversaciones telefónicas sólo puede ejercerse mediante una orden expresa de la instancia judicial y para aplicación en algún caso concreto en proceso de investigación. Pero hay antecedentes de que la mano del Estado no tiene freno cuando se trata de indagar en las vidas ajenas y, a menudo, para uso político, con independencia de su signo político. Por tanto, la sociedad debe estar prevenida ante este tipo de «inventos» tecnológicos y exigir que se usen para la seguridad común, no para espiar con intereses partidistas o de otro tipo. Llama la atención, en todo caso, que el Estado se muestre tan dispuesto a dotarse de este tipo de máquinas robóticas para los departamentos de Hacienda o de Seguridad, mientras que en otros servicios públicos, como la Sanidad o la Justicia, apenas ha entrado la informática. Sitel puede ser útil contra el terrorismo y la corrupción, pero a la vez un instrumento perverso si no se adoptan las debidas medidas de uso y control.