La diferencia entre una hipótesis «auxiliar» y una hipótesis «ad hoc» es que la hipótesis auxiliar se plantea como una ampliación de la hipótesis principal: se trata de un ajuste; mientras que las hipótesis «ad hoc» se establecen para no renunciar, contra toda evidencia, a la principal: no se trata de un ajuste, sino de la resistencia a renunciar a un prejuicio. Así, por ejemplo, Aristóteles afirmaba que los planetas estaban formados por quintaesencia o éter, una materia perfecta y que, por lo tanto, su superficie era uniforme, regular y perfecta. Cuando el telescopio de Galileo mostró que la superficie de la luna era irregular, algunos astrónomos, en lugar de renunciar a la teoría de la heterogeneidad de la materia, introdujeron una hipótesis «ad hoc»: la superficie de la luna está recubierta de una materia transparente y, aunque a la vista pareciera lo contrario, «en realidad» la luna era una esfera uniforme, regular y perfecta. Se mantenía, pues, la teoría intacta reinterpretando la observación.

Ahora, el ayuntamiento y el Consell, en manos del PP, defienden la teoría de que el progreso de la ciudad pasa necesariamente por arrasar el barrio del Cabanyal, que los intereses económicos priman sobre la protección del patrimonio, que la conservación y mejoramiento no pasa por la rehabilitación, sino por dividir el barrio y que la civilización exige esta suerte de barbarie. Existe una ley, sin embargo, que obliga a la conservación de los bienes de interés cultural (BIC) y el Cabanyal tiene la declaración de BIC. ¿Cómo hacer compatible la ley de protección del patrimonio con la destrucción de un patrimonio? Con una modificación «ad hoc»: le quitamos al Cabanyal el BIC y deja de ser patrimonio a proteger. Se mantiene la ley y se arrambla con el barrio marinero. En fin: uno cree que las razones de quienes apuestan por la rehabilitación y por otras alternativas a la prolongación son mejores que las discutibles razones económicas y que esa metáfora urbanística fraudulenta de «abrir (en canal) la ciudad al mar». En cualquier caso, lo que esta ciudad no debería soportar más es esa actitud beligerante que practican algunos. ¿Era necesario que Rita Barberá respondiera a la orden del ministerio con un «pero ¿qué se han creído»? ¿Es necesario que alguien diga algo tan estúpido y tan manifiestamente malvado como que los socialistas «frenan la prosperidad de los valencianos de todas las formas a su alcance» o que «el Gobierno intenta frenar el desarrollo de la ciudad»? ¿No sería más fácil reconocer que simplemente hay gente que está legítimamente en contra de lo que se proponen por razones no tan miserables?