Sé de gente de bien que celebró el nombramiento de José López Jaraba como director general de RTVV, afirmando que con él llegaba un periodo de mayor objetividad. Incluso quien suscribe tuvo la oportunidad de mantener una pequeña charla con aquél, cuando dirigía el 24/9, y las vibraciones, la verdad, fueron gratas. Ahora, transcurridos más de ocho meses desde que López Jaraba se puso al frente del canal de noticias, y, lo que es más importante, rebasados de sobra los 100 días de cortesía después de que cogiera las riendas de RTVV caben dos valoraciones. La soberanamente optimista afirma que algo ha cambiado en Burjassot. Que cierto aperturismo se vislumbra. Que la tarea de Jaraba de desmontar la paraeta manipulativa no es sencilla. Que mira lo difícil que lo tiene Obama, que llegó prometiendo, pero hace lo que le dejan hacer. La otra de las apreciaciones, la pesimista, la de los crédulos que no cesan de tropezar con la misma piedra (como servidor), es otra.

Gestos aparte (que los hubo), la vida sigue igual en RTVV. Sus noticieros siguen teniendo el olor rancio de la propaganda barata (pero eficaz), el agrio aroma de la escaleta hecha a golpe de gabinete de prensa, sus tramposas tertulias siguen huyendo del equilibro de pareceres e invitados, la tardanza con que se abordan ciertos temas obligan a pensar en que la libertad informativa sigue supeditada a la espera de la llegada de consignas... En el asunto del Cabanyal (cuya descaradamente parcial cobertura ha retratado definitivamente esa involución en RTVV), en el PP se escudan en la voluntad de las urnas. Lo mismo ocurre en Canal 9: muchos trabajadores siguen afirmando que es la ciudadanía la que debe decidir, papeleta en mano, que ya está bien de manipulación. Que la cosa no va con ellos. Es excusa de cobarde y, sobre todo, de mal periodista. De alguien que enterró la ética hace tiempo, a cambio de generosísimo sueldo. Así que no echemos la culpa a los demás, y si seguimos pensando que los Notícies 9 denigran la profesión, y algunas piezas entran de lleno en la sinvergonzonería más desconcertante (¿quién es menos honesto: quien ordena o autoriza la pieza manipuladora, o el centurión que la ejecuta y firma o presenta, consciente de la indignidad?), digámoslo bien alto. Y si (por activa o por pasiva) comulgamos con la política informativa del ente, admitamos nuestra responsabilidad, y demos el tiro de gracia a nuestra integridad. Que esta situación, hoy por hoy, tan sólo se puede cambiar desde dentro. Eso sí, crédulos que siguen pensando que eso es posible, cada vez quedan menos.