Veo que las iglesias de los barrios en los que viví van siendo restauradas (iba a escribir «reformadas», pero no es lo mismo), una tras otra, con el dinero público y me parece bien, aunque espero que no me pase como en Cuenca donde pretendían hacerme pagar por ver la Catedral. Uno de esos templos –que parece transparente de tan limpio y clareado- es el de San Juan de la Cruz en la calle poeta Querol que, según un paisano que me lo contó, guarda en una de sus capillas laterales una imagen de la Mare de Déu de Sales de referencia para la colonia suecana de la capital.

El caso es que el escritor Joan Fuster fue inscrito en el registro parroquial como Juan de la Cruz Fuster y aunque el nombre a nada obliga, de todos los Juanes posibles, el de la Cruz era el más letraherido, con permiso del evangelista helenizado. Y el papá de Fuster era, además de devoto, imaginero: me puse a la conjetura y el devaneo hasta desarrollar un árbol causal bastante frondoso. Al poco pude, por fin, conseguir, por personas interpuestas, el libro de Josep Ballester L´ agitació de l´escriptura. Itineraris entre la vida i l´ obra de Joan Fuster, un excelente manual poliédrico para abordar un personaje y una obra que también lo son, con una atención más detenida de lo que es común al Fuster poeta (que no fue el producto de ninguna subida hormonal transitoria) y glosador de arte, terreno en el que era más penetrante y solvente que la inmensa mayoría del oficio de juntar letras.

Como me preocupa que el fantasma de Fuster no pueda alcanzar la relativa paz que supone el despojamiento de nuestras filias y fobias, de los zulos y altares donde pretendieron confinarlo obispos destemplados de todos los signos, para que sólo su obra y nuestra piedad le defiendan, por todo eso y más, leí también las hojas que Castellet le dedica en Seductors, il·lustrats i visionaris donde Fuster aparece más desenvuelto y gamberro que nunca y con su denuncia de los «tres tètrics» (Espriu, Dámaso Alonso y Gerardo Diego) anticipa la inminente oleada yeyé, la alegría sesentera y pop, el triunfo de la carne y la benevolencia.

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