Como la mente humana es como es, lo primero que me ha venido a la cabeza cuando he visto la imagen de Josemari (Aznar) levantando el dedo en inequívoco gesto de mandar a la mierda a quienes no le jaleaban, no ha sido que ese ademán no era digno ni si quiera de un (mal) político. Que va. Tampoco he pensado que debería dejarse un bigote más tupido, o que ya es hora de que se corte las puntas de la melena leonina. Ni si quiera me ha parecido un gesto obsceno. No.

Nada más ver a Josemari levantando un dedo y encogiendo todos los demás, he recordado ese chiste que se pregunta por qué las mujeres sentimos más con el corazón y se responde que porque es el dedo más largo. No es que me haya acordado de Ana Botella y me los haya figurado en situaciones indecorosas para cualquier persona de bien, Dios me libre. Lo que pasa es que verle así, tan poligonero, me ha dado gusto. No diré placer. Pero gusto, sí. Aznar es un hombre lleno de matices. Lo mismo te habla catalán en la intimidad que sale con acento de Texas. Lo mismo te dice que es un intelectual que te confiesa que tiene vocación de melenudo. Qué hombre. Lo mismo sostiene un discurso trasnochado y aburrido que pretende ser incendiario, que hace una peineta inequívocamente democrática cuando se enfrenta a un grupo que no le jalea, que le critica e, incluso, se burla de él. Subiros aquí y pedalead. Menuda lección de eso que llaman savoir faire en política.

Aznar, que hablaba catalán en la intimidad, tenía escondido en algún lugar el poeta que le ha salido en Oviedo. Que tiemble Neruda: sus metáforas ya nunca serán las mismas después de escuchar a Josemari decir cosas como ésta: «el jefe de los pirómanos —Zapatero— no puede ser nunca el capitán de los bomberos». Nadie mejor que él (Josemari, digo) para hablar de autoridad moral en cualquier campo, pero, en concreto, y refiriéndose al tema que más están intentando rentabilizar políticamente los de su partido, es decir, la crisis, Aznar dijo que el Gobierno no tenía autoridad moral ninguna para liderar la salida de la crisis porque se han «fundido el país» y no tiene legitimidad para decir ahora cómo «recoger los escombros». Otra metáfora. Que tiemblen Neruda y todos los poetas vivos y muertos.

A estas alturas la historia ya es más que conocida. Josemari fue a Oviedo a dar una de esas lecciones magistrales sobre cómo salir de esta crisis. El acto se celebró en la Universidad, aunque lo organizaron las Nuevas Generaciones del pepé y lo pagaron los de la FAES, y un grupo de estudiantes no tuvo mejor idea que interrumpirle al grito de fascista, terrorista, asesino y cosas similares. Ante esto, Aznar sonreía y hacía gala de su fina ironía señalando que había gente que no sabía vivir sin él. Hasta ahí, bien.

Lo malo fue cuando le mentaron lo que no se puede mentar, que en el caso de Josemari se conoce que no es la madre sino la pérdida de su cargo. «Presidente, presidente», le gritaron. Y Aznar dejó claro por qué Rajoy o Gallardón no acaban de cuajar en un partido en el que parece triunfar la prepotencia, los insultos y/o los malos modos. Cuestión de talante. Los hay que todavía usan la palabra rojo como si fuera un insulto y los hay que no. Y luego está Aznar, que levantó el dedo y nos dijo sin palabras lo que siempre ha parecido decirnos a los que no pensamos como él. Que os den. Y verle así, tal como era, tal como es, me ha dado placer. Rara que es una.