La perspectiva que sólo pueden ofrecer los años ayuda a ponderar los beneficios que la Llei d´Ús i Ensenyament del Valencià ha ofrecido desde que se promulgó en noviembre de 1983. La introducción de la lengua autóctona en los programas escolares y universitarios no sólo ha permitido zanjar el grave deterioro que sufrió nuestro idioma durante siglos de abandono sino que lo ha impulsado de manera significativa. La desactivación de la denominada Batalla de Valencia y la no menos estimable colaboración de la televisión pública autonómica han ayudado también a normalizar la presencia del valenciano. El balance evolutivo es, hasta ahora y en general, bastante satisfactorio aunque los desequilibrios persisten y algunos objetivos siguen sin resolverse.

El éxito de la Trobada d´Escoles en Valencià, que este año cumple 25 años de bulliciosa trayectoria, demuestra hasta qué punto han avivado los valencianos la llama de la lengua. El idioma se ha asentado en muchas comarcas y sectores sociales, pero su presencia no es en modo alguno uniforme. De ahí la ineludible obligación que tienen las instituciones públicas de impulsar estrategias que eviten el desgaste de una lengua ya de por sí bastante amenazada por los efectos lingüísticos de la globalización.

Un buen ejemplo reside en la decadencia que viven no pocas oficinas de fomento del valenciano promovidas por los ayuntamientos que mayor sensibilidad mostraron ante la depauperada cultura autóctona. Si ya es llamativo que sólo el 13% de los municipios dispongan de esta herramienta de promoción, comprobar que sus iniciativas se debilitan, cuando no desaparecen, resulta alarmante. Hay mucho en riesgo. Tanto como sostener nuestro mayor signo de identidad.