El fallecimiento del obispo auxiliar emérito de Valencia, Rafael Sanus, ha dejado huérfana a la Iglesia valenciana de una de sus voces —si no la principal— más conciliares y abierta a los creyentes y a los que no lo son. Se le podría definir sin temor al error como el «obispo del pueblo». En sus manifestaciones públicas siempre apostó precisamente por una Iglesia Católica abierta a la sociedad, dialogante y respetuosa con el poder civil. Referente de gran parte del clero valenciano, su talante próximo a la cultura propia le convirtió también en punto de apoyo de aquéllos que desde las bases cristianas defendían una mayor vinculación de la institución con los hechos diferenciales del pueblo valenciano.

Sus discrepancias con el entonces arzobispo Agustín García-Gasco provocaron su sonada dimisión en el año 2000. En aquel entonces no ocultó que se sentía «marginado» por el máximo responsable de la Iglesia valenciana. Sin embargo, nueve años después, el nuevo arzobispo, Carlos Osoro, se fundió en un abrazo con él durante su toma de posesión en lo que se entendió como una rehabilitación, si bien no oficial de su persona, al menos sí de su legado.

La bonhomía, la sensibilidad cultural, el trabajo sin descanso de Rafael Sanus dejan tras de si un hueco difícil de reemplazar. El amplio respaldo que su figura suscitaba, pese a todo, entre el clero, será, sin duda, un modelo de conciliación y diálogo que la Iglesia valenciana deberá esforzarse en continuar.