La culpa de la quiebra económica que amenaza al Reino de España la tenemos, en buena parte al menos, nosotros, que no nos morimos a tiempo y de forma ordenada. La esperanza de vida anda por las nubes de tal suerte que ser octogenario hoy resulta día de lo más común. Y, claro es, el Estado se resiente en sus arcas, ya harto maltrechas, porque tiene que pagar pensiones de jubilación durante décadas a un montón de ancianos.

La culpa es de nosotros que no sabemos desaparecer con holgura financiera pero, si lo miramos bien, en realidad los responsables son los médicos. Primero, con su insistencia en los hábitos higiénicos y, si no les hacemos caso y el colesterol nos acecha, reparando los desperfectos como si eso, el curar a los enfermos, fuese lo importante. A todas luces no lo es porque Hipócrates no está de moda. Gracias a genios de la política como la señora Aguirre hemos descubierto que la sanidad no es otra cosa que un negocio pero, como todos los negocios, a condición de que se produzca un equilibro saneado entre costes y beneficios. Así que, a la vez que se privatizan servicios básicos de los hospitales públicos hay que cuidarse de fidelizar a los clientes, es decir, de asegurarnos de que sigan lo bastante enfermos como para desesperar. Con los manejos de caballeros como Lamela, empeñado en cargarse los cuidados paliativos de los hospitales madrileños, se garantiza un flujo constante de desesperados siempre proclives a pagar lo que sea con tal de que les quiten los dolores. Algo semejante cabe decir de Güemes, caballero que una vez que ha dimitido —Dios sabrá por qué, aunque es probable que los titulares lo digan en breve— parece muy preocupado por la necesidad de un pacto sanitario. Pero lo sucedido con el fracaso del otro pacto, el educativo, pone muy bien de manifiesto en qué consiste esa figura. Un pacto sanitario a la altura de Güemes, Lamela y Aguirre implica mantener el negocio. Si acaso, lo que cabe ceder a cambio es que se le eche una mano al posible arreglo del déficit de las pensiones. Quien sepa sumar dos y dos, sacará el resultado de cuatro.

Pero los médicos insisten en curar, antiguos que son ellos, y como no parece que la tasa de suicidios aumente, sólo cabe retrasar la edad de la jubilación para que las cuentas cuadren. En esas estamos. Y llegados a la situación de tener que trabajar más años acudiendo, en caso de andar de baja, a un hospital semi-privatizado, me viene a la mente el derecho fundamental que reivindica el nacionalismo. El de decidir a qué Estado pertenecen los catalanes o los vascos. Digo yo si eso mismo no podríamos reinvidicarlo también los demás ciudadanos sin pedigrí nacionalista, e incluso de forma particular. Decidir si queremos continuar con el contrato social en vigor con las cláusulas que nos van añadiendo. Porque de aquí a poco tiempo habrá que votar. Y con las alternativas que se nos ofrecen… Hasta el suicidio resulta ser una opción razonable.