El presidente de la Cámara de Comercio de Alicante, José Enrique Garrigós, le ha pasado como al policía que detuvo a Valle Inclán por llamar imbécil a un señor que se mofó de una obra suya en un teatro. El escritor tuvo que aclarar el asunto en comisaría: no se trataba de un insulto sino de un intento de descripción. Ni pena, ni multa. Libre. Garrigós se ha enfadado por las manifestaciones de Virosque en las que sostenía que en esta geografía hay una especie de «resquemor» de Alicante hacia Valencia y en las que culpaba a la «provincia» de que CAM y Bancaja no se hubieran fusionado.

Garrigós declara que esto es un «grave insulto», cuando en verdad lo que hace Virosque no es sino definir lo que sucede, dictar una reseña, ruda si se quiere, de la herencia sobrevenida y de la situación actual. El sentimiento «anti» de Alicante –que las élites alicantinas han impregnado en la población– es tan evidente que hasta se ha de estudiar en los institutos más espabilados y seguramente habrá alguna tesis doctoral que ampare esa desafección bajo su manto «científico». ¿Cómo es que el presidente de la Cámara de Comercio de Alicante no se ha enterado? ¿Alguien razonable podría afirmar hoy que Valencia capital no ha alimentado, y extendido, el anticatalanismo, hoy filtrado por un aletargamiento rutinario, gracias a los empresarios y a Camps?

Puede que a los protagonistas de Alicante, que han sembrado hiel en lugar de rosas, les moleste el reconocimiento explícito que les otorga Virosque. Son cosas que pasan. Y que nada tienen que ver con la realidad sociológica. Se pueden mortificar o irritar. La cosa no cambiará: los hechos son incuestionables. Y por si alguien lo dudaba, obsérvese lo ocurrido con la CAM, que expone con crudeza lo que venimos hablando: de lo que habla Virosque. Es, precisamente, el último signo, y el más señero, del «anti» retardatario del sur. ¿Se enojan hoy porque admiten su fracaso en esa vital parcela? En toco caso, es normal que no les cautive obtener el visado culpabilizador de Virosque, que nunca se muerde la lengua. (Se ha retirado uno de los pocos empresarios que unía en una dialéctica común lo que se dice y lo que se piensa).

«Matarlo». Alfonso Rus tiene razón. Para nombrar a Betoret, uno de sus fieles, como probable, o improbable, sustituto de Camps, pues ya está él, que anda bastantes puestos por arriba del alcalde de Xirivella en la jerarquía regional del PPCV. ¿O es que no es Rus el presidente regional? ¿Entonces? Puestos a armar la muy supuesta suposición de relevar a Camps, habrá que optar por un dirigente que desaloje peso orgánico, además de peso específico, entre los cuadros del PP. Digo yo. De manera que a la estampa tradicional de suplentes formada por Rita Barberá, Sonia Castedo, Alberto Fabra y Gerardo Camps se han incorporado ahora Alfonso Rus –por decisión propia– y Vicente Betoret, sin descontar al alcalde de Paterna, Lorenzo Agustí, a quien meten en la carrera aunque la carrera no se haya iniciado, ni se sepa a dónde conduce. Cosas del politiqueo. Me quedo con la frase de Rus, que describe –también sin pelos en la lengua, como Virosque– la relación Camps/Ripoll: «Yo estoy intentando aproximarlos, pero el president no me deja. Bueno, y aquel tampoco, porque aquel no quiere aproximación, ni nada, aquel quiere matarlo». Natural, espontáneo y –tal vez– sincero.