Arturo Virosque entregó ayer el relevo al frente de la Cámara de Comercio. Tras quince años de mandato y más de cuatro décadas como dirigente empresarial, el veterano patrono deja tras de sí una profunda huella. Hombre de carácter y adversario correoso, no ha dejado nunca indiferente a nadie: o se le ama o se le odia, no caben medias tintas. Sin embargo, a nadie que se le pregunte entre sus correligionarios le negará en lo más mínimo el reconocimiento de su entrega a la defensa de los intereses del empresariado valenciano.

Sus relaciones, tanto con sus colegas como con los políticos, han pasado a lo largo de los años por altibajos: a etapas cordiales seguían explosiones tumultuosas cuando consideraba que le pisaban su terreno. Y hay que reconocer que ningún empresario ha tenido como él enfrentamientos y broncas públicas con los políticos de turno, en especial los consellers con los que ha tenido que trabajar. Frente a las acusaciones de que ha estado al lado del PP, él siempre ha respondido que la Cámara depende en gran medida de la Administración, y en su despedida con los periodistas no se privó de formular elogios hacia el comportamiento que tuvo con él y la Cámara el último presidente autonómico socialista, Joan Lerma.

Su marcha no es un simple relevo al frente de la Cámara. Es el final de toda una época en el empresariado valenciano. Llega ahora al despacho de la calle Jesús un empresario de nuevo cuño, aunque con experiencia. José Vicente Morata aterriza con nuevos aires y nuevos proyectos para una nueva etapa condicionada por el difícil contexto económico. La suya será, sin duda, una etapa muy distinta.