Aunque soy del Valencia, me encantó que el Barça le diera un nuevo revolcón al Madrid, lo confieso: como ciudadano de la España Citerior amo la claridad y la geometría, pero me fascinan secretamente los laberintos tauromáquicos de la España Ulterior (Madrid pretende, tan desesperada como inútilmente, formar parte de ese macizo de la raza, pero es un poblachón manchego como certificó su mejor cronista, Francisco Umbral). Eso sí, apenas aterrizado José Mourinho ya ha aclarado que viene a destronar al Barça. En este país, hasta los premios se dan contra alguien. Arturo Virosque se ha despedido de la Cámara de Comercio entre aullidos de reprobación por constatar que Alicante no nos ama y que hace de ese desamor una seña de identidad política. No veo nada incorrecto en el planteamiento.

Así pues, parece que la selección española es la favorita en los Mundiales de Sudáfrica según la encuesta Global Football Monitor. En relación al PIB somos los que más gastamos en fichajes, lo que paradójicamente podría indicar que aún hay pueblo, nación española. Hacia finales de la primera mitad del siglo XX, Heidegger les dijo a los alemanes que tenían que leer a Hölderlin porque así conocerían su alma colectiva, que yo me imagino tan sólida como un proyectil de obús con alitas mercuriales. Después vino Adorno y dijo que el arte era imposible después de Auschwitz. No lo diría por el arte de la guerra, en el que, por cierto, han destacado mucho, últimamente, los judíos.

A lo que iba: a ver si no nos dejamos llevar por la ciclotimia y ese empeño de sentirnos un día Superman y al siguiente los comendadores del carro de la mierda. Mesura, basta con mejorar nuestra marca: la encuesta puede ser una treta para animar apuestas y quinielas. Da una idea de lo mal que están los tiempos para la personalidad nacional el que los dos portugueses —el otro es Cristiano Ronaldo— más famosos del tiempo presente sean tipos arrogantes y matasietes procedentes de un país que siempre brilló por su inte­ligente modestia.

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