El humorista gráfico Chumy Chúmez (San Sebastián, 1927- Madrid, 2003) nos educó en los chistes de la muerte esquelética y de los capitalistas gordos. Desde que empezó este atraco -dos años- me vienen a la cabeza muchos pies para aquellos dibujos expresionistas del humor setentero. En la última aparición «chumychumezca» desde el más allá, un señor con gafas negras y chistera dice: «como soy partidario de la austeridad me he rebajado la ingesta de langosta un 5%». Cuando te educan en la demagogia antigua cuesta verle la gracia a lo nuevo y sigues hablando en langostas cocidas cuando lo que se lleva es la cocina de I+D y mano de obra intensiva.

La austeridad ha de ser compatible con el sistema y el consumo. En nombre de la austeridad sólo se habla de nuevo gasto, de alcaldes que en lugar de arrastrar el viejo auto oficial unos años más se lanzan a comprar flota nueva, más barata.

La austeridad es algo que debes confiarte a ti mismo. Si dejas que otro determine tu nivel de austeridad te espera la miseria porque siempre se puede lograr menos.

La pobreza es más pronto finita que la riqueza. No tener nada está al alcance de cualquiera como demuestra que así les suceda a millones de personas. En cambio, todavía no hay una persona que haya llegado a tenerlo todo aunque el sistema, fomentando la desigualdad, el desequilibrio y el despojo, camina hacia que puedan verlo nuestros hijos.

La pobreza es más fácil de baremar en un mundo en que ya no sabemos ni quién es rico. Mire el problema que hay para poner un impuesto a los que más tienen. ¿Dónde se coloca el listón? Muchos economistas, muchos políticos y todos los altos funcionarios de los bancos centrales e internacionales sostienen que el dinero de los ricos vale para poco en esta situación y que casi es mejor que se lo queden ellos. Pero, en general, el público preferiría un mundo de ricos «low cost».