Desde 1949 hasta 2000, Gran Hermano fue el nombre de un personaje de la novela 1984 de George Orwell. Desde 2000 es el nombre de un programa de televisión que cambió el significado del verbo «nominar», mandó la carrera de Mercedes Milá a freír churros y puso la tele patas arriba. Pronto la obra de Orwell necesitará una nota a pie de página explicando que no eligió este nombre en homenaje a ningún programa de televisión.

En la segunda mitad del siglo XX uno podía hablar del Gran Hermano para referirse a un régimen totalitario y represor que impone un sistema de vigilancia omnipresente y constante. Un horror. En el siglo XXI Gran Hermano es un juego en el que los participantes conviven 24 horas al día en un mismo lugar y asumen voluntariamente ser grabados y multidifundidos al instante. Un sueño que evita que tenga que ser uno mismo quien se grabe, fotografíe y difunda sus imágenes a competir buscando un hueco en un mundo multipantalla.

El proyecto científico Biosfera 2, en el que varios hombres vivían aislados, inspiró el concurso. Ida y vuelta: ahora es el proyecto científico Mars 500 el que tiene que comparse con GH para darse a conocer. En el Gran hermano espacial, 6 tierranautas disfrazados de astronautas acaban de encerrarse de verdad en una nave simulada para realizar un sucedáneo de viaje a Marte. Están deseando que el mundo los mire, pero apenas lo consiguen en la feroz lucha de la telerrealidad por la supervivencia. Aquí miramos un poco: nos gusta que sea un proyecto español quien ofrezca a los falsos viajeros un entorno virtual terrestre en el que sumergirse. Así viven la ilusión de que están en la Tierra digitalmente, de modo que pueden olvidarse de que están simulando viajar a millones de kilómetros de la Tierra… en la que realmente están. Dos mentiras sumadas dan una verdad. GH lleva 10 años emitiendo en diferido una farsa de vida en directo y funciona.