La pérdida de biodiversidad es un hecho incontestable al que quizá no se está prestando demasiada atención en la sociedad española, más interesada por los asuntos domésticos o por otros grandes temas medioambientales como el cambio climático o el calentamiento global. En la compleja relación entre medio ambiente y opinión pública se producen este tipo de vaivenes constantes en el que aparentemente no ha logrado colarse la biodiversidad. Nadie habla ya del agujero de la capa de ozono que durante años ocupó muchas portadas y reportajes televisivos. Es cierto que el famoso agujero es más pequeño y que incluso desaparece temporalmente en algunas zonas. Sin embargo, las sustancias que ayudaron a provocarlo están ahí, y los efectos de uso durante décadas permanecen. Pero ahora toca cambio climático. Instituciones como Naciones Unidas y la Comisión Europea han coincidido en alertar sobre la gravedad de la situación provocada por la pérdida de biodiversidad y admiten el fracaso de sus políticas para evitar la desaparición de especies y sus ecosistemas. Ya no es sólo que se pierda una planta, un insecto o una mariposa, que lo es, sino la ruptura que esa desaparición provoca en la compleja cadena de relaciones que conocemos como Naturaleza. Expertos e instituciones aconsejan poner el foco en dos especies humildes: el gorrión y las abejas. El gorrión está desapareciendo de las ciudades y nadie sabe muy bien por qué. La cadena debe haberse roto en algún sitio y el gorrión parece ser la próxima víctima. Luego vendrán otras. En la abeja se ve más claro: su población desciende en todo el mundo y en su ausencia se producen terribles problemas de polinización que impiden prosperar a muchos cultivos. Su ausencia impide a las plantas salvajes generar frutos que a su vez forman parte de la cadena alimentaria de otras especies. Urge frenar el proceso.

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