Los mercados se han instalado en la geografía del poder de modo totalitario y ya no se conforman con mandar en los grandes asuntos, sino que descienden a los detalles. Por ejemplo, en la reforma laboral que prepara, el Gobierno tiene el oído atento a la respiración de los mercados. Suelta como globo sonda una propuesta, y luego la va afinando hasta la última coma, para dar con la que guste a los mercados. Los mercados se han convertido en un fantasma global que se mete en los despachos, y a través de psicofonías dictan la redacción al amanuense. Por eso sorprende tanto la concupiscencia de la oposición por llegar al Gobierno, cuando únicamente podrá hacer lo que los mercados digan. ¿Es eso poder? Todos los gobiernos del mundo se han convertido en gobiernos títeres. Los miembros del Club Bilderberg, reunidos días atrás en Sitges, son sólo ayudas de cámara del fantasma, con sus libreas.