Cuanto más aprieta el capitalismo financiero, más se desprecia a los políticos. Viene a ser como si nos robaran tanto que nos volviéramos contra el policía y no contra el ladrón. El mercado o los mercados —no se sabe si es uno o trino— han puesto como máxima virtud la eficiencia y ahora es mucho más eficiente el ladrón que el policía, el capitalista que el político. Eso, si no van a medias. En España, José Luis Rodríguez Zapatero parece haber aguantado todo lo posible como socialdemócrata partidario de no dejar al personal con el culo al aire, pero ahora diríase que ha caído del otro lado —con la fe que dan las caídas, Pablo— y los que hasta hace un mes se beneficiaban de esa política de ayudas (por arriba o por abajo, por la banca o por el paro) ahora están convencidos de que la operación biquini de cara al verano, al otoño y al invierno tendría que haber empezado antes. Hay tanto acuerdo en la necesidad del sacrificio y tanto entusiasmo en algunos predicadores que aparecen voluntarios a que les quiten hasta lo bailao, sobre todo a los vecinos.

El país europeo al que mejor le viene esta situación es Alemania. Como tiene fama de buen pagador, le ponen los créditos a tipo majete (hace negocio si presta a otro país con dinero prestado). Como gran exportador le sienta bárbaro que el euro se deprecie y se acerque al dólar porque vende más. A pesar de todo eso, la voluntariosa Angela Merkel quiere ahorrar unos 10.000 millones de euros hasta 2014 a base de destruir 10.000 puestos de trabajo en el Gobierno y de reducciones en el área social. Cuando Alemania —que aprendió a enfrentarse al socialismo con un sistema que no dejara en el desvalimiento a los más débiles— abandone el Estado del Bienestar, ¿quién va a mantener el modelo a esos precios? Nadie. Ah, claro, ¿para qué seguir con el sistema si no queda socialismo ni en los partidos socialistas? Game over.