Tras la alianza de la CAM con Cajastur a finales de mayo, ayer Bancaja anunció la suya con Caja Madrid. La Comunitat Valenciana se queda sin instrumentos financieros propios. Si en el núcleo de la razón de ser de las cajas de ahorros figura su proximidad y apego al territorio, la reordenación bancaria que barre España ha sido especialmente contundente en la Comunitat, que hasta hace apenas dos semanas contaba con la tercera y cuarta cajas y que desde ayer no tiene ninguna. Porque no hay que engañarse: pese a las apariencias de la figura del SIP, los centros de poder y de decisión se han desplazado fuera.

Y ése puede ser a priori el principal error —«histórico» según lo calificó ayer un destacado economista valenciano— de ambas operaciones. Las dos cajas son herramientas fundamentales a la hora de abordar inversiones estratégicas para los intereses de la Comunitat Valenciana. Al margen de su seguidismo en determinadas operaciones de carácter más político que económico, Bancaja y CAM eran —y son— también un respaldo básico para las inversiones de miles de empresarios que forman el tejido económico valenciano y que son los que generan empleo. Con el nuevo reparto de poder, la decisión para respaldar o no a esos emprendedores puede que ya no se adopte desde un conocimiento próximo, sino desde despachos alejados de la realidad propia y que, por tanto, no tendrán en cuenta las necesidades del territorio. Que la sede social se quede en Valencia no deja de ser puramente testimonial, cuanto la operativa se fijará en Madrid.

La nueva situación ha devenido en inevitable después de que durante años los políticos y agentes sociales fracasaran a la hora de conformar una única entidad financiera autonómica fuerte y capaz en momentos como éste de resistir los embates procedentes de los mercados, del regulador y de los políticos que desde Madrid han decidido trazar un mapa a su medida. Ha venido a evidenciar también la escasa capacidad de influencia del mundo económico valenciano, a pesar de los sucesivos intentos de conformar grupos de presión en defensa de los intereses propios. La debilidad política del presidente de la Generalitat, Francisco Camps, tampoco ha ayudado a maniobrar como han hecho otros presidentes autonómicos de su partido, como el gallego Feijóo, quien consiguió imponer la fusión de sus dos cajas.

Ayer se puso en jaque al sistema financiero valenciano de las últimas décadas, a falta, eso sí, de definir el papel que desempeñe definitivamente el Banco de Valencia, la gran herencia de las finanzas locales. La crisis mundial ha terminado por pasar una factura muy cara por no haber tomado decisiones valientes cuando tocaba. Quedan, en todo caso, las ventajas de la inclusión en una entidad mayor en un mundo tan globalizado como el actual, así como el hecho de contar con la sede de la corporación industrial que surja de la unión de las participaciones de ambas cajas.