En situaciones de peligro, lo peor es el pánico, con riesgo de estampida. Se prende una borla de un cordón del escenario y, aunque un extintor lo apague en dos minutos, puede haber muertos en la puerta. En caso de miedo, igual, pero en este caso lo que mata es la paralización. Los mecanismos clásicos de la realimentación: como todo se mueve en tono bajo, el miedo hace que nadie se mueva, y llega la parálisis. Siendo la economía, antes que nada, psicología, el problema en este caso es que no hay un psicólogo global que siente a los agentes económicos en el diván, les cure la fobia y les dé pautas. La depresión económica, como la de las personas, al final es una inapetencia, una desgana, una irresistible tendencia a la quietud. Cada agente económico debería aplicarse, en lo posible, una terapia consistente en hacer, en no parar, en decidir, en invertir. Si todos lo hicieran, adiós crisis.