En la celebración del centenario del PSOE, la todavía intacta capacidad comunicativa de Felipe González (¿qué pasa hoy que los políticos ya no comunican, no explican las cosas?) se refirió, entre otros muchos asuntos, a la depresión de los socialistas. En efecto, en la izquierda, aunque sea débil, como la del PSOE, hay una tendencia natural a la depresión. Se le ve a Zapatero inseguro con su nueva receta neoliberal venida de una Europa desorientada en su relación con, como diría Vázquez Montalbán, el canibalismo del sistema universal. Y la realidad actual es para deprimirse, ya que la desregularización, uno de los triunfos de los neoliberales en los últimos años, ha sido buena parte de la causa de la actual crisis, y la ciudadanía, en vez de dar un giro a la izquierda, lo da a la derecha.

Y el caso es que, al revés de lo dicho, la derecha nunca se deprime. La española, sin ir más lejos, ni en el poder ni en la oposición. Desde el primer segundo en que se supo la victoria de Zapatero en la elecciones del 2004, el PP no pasó ni un minuto de lamento público de la política informativa con que relató los atentados del 11-M. Y la maquinaria continúa intacta (aunque sin Acebes ni Zaplana), con un auténtico espíritu de la OJE al servicio de su majestad el márketing, para labrar un país, si no de las maravillas, sí de las campañas electorales a diario. Para ello ha orquestado una nueva irracionalidad, una ausencia de ideología y de proyecto, con un estilo más próximo a la publicidad comercial que a la propaganda política.

Lo mismo hace la prensa afín; no hay día en que un titular de primera plana no golpee en las cejas del Gobierno. El objetivo es claro: ni un momento de duda, ni un momento de relax, ni un gesto de arrepentimiento. Ahí está la diferencia de la cara compungida de Bermejo (antes de su dimisión como ministro de Justicia) y la cara (dura) de Trillo, sin un gesto de más por la sentencia del Yak-42, pero sí con todos los gestos puestos en relieve para desmontar el caso Gürtel. Ni un mal gesto demandado por Pepito Grillo, como acontece en Camps, que, dicen, perdió 10 kilos a los inicios de su imputación en el señalado caso Gürtel, pero bien que lo ha disimulado con sus trajes hechos a la medida de las sagradas escrituras, y, en vez de enmudecer, el caso le ha dado alas, habla ya sin papeles, dice lo que le viene en gana, y encima está más suelto y risueño. Primero dice que se paga sus trajes, y después, que por tres trajes que le han regalado no se iba a corromper. Y tan fresco. No pasa nada. La vida sigue. Los noticiarios de Canal 9 siguen. Pronto, si la cosa sigue así, toda España será Canal 9. Para deprimirse.