Sin duda va a constituir un ahorro apagar una de cada dos farolas como se propone hacer el Ayuntamiento de Valencia. Una iniciativa adecuada en tiempos de crisis y de necesidad de contención del gasto, pero también motivo de satisfacción para aquellos que llevamos tiempo alertando del problema de la contaminación lumínica. Hay que hacer compatible la necesaria iluminación nocturna de las zonas urbanas con la recuperación de la oscuridad del cielo durante la noche, como patrimonio ambiental y de interés cultural. Diferentes autonomías cuentan ya con leyes de protección del cielo y cada vez son más los ayuntamientos conscientes de que conviene diseñar planes de alumbrado poco contaminantes: apantallando la luz para que ésta no se pierda hacia arriba, evitando potencias excesivas (con el consiguiente ahorro energético), utilizando lámparas que emitan en regiones fáciles de filtrar, adecuando la cantidad y la altura de las farolas para que constituyan una iluminación eficiente, etc. Las medidas no son complicadas y tienen la ventaja de que unen ahorro energético (y por tanto disminución de emisión de dióxido de carbono), ahorro económico, beneficios medioambientales y mejora de la visión del cielo nocturno. La percepción del cielo y sus astros, tal y como los ven nuestros ojos en la noche, no debe quedar oculta para siempre tras una densa niebla luminosa. Solo así, la observación astronómica continuará desvelando los enigmas que esconde el universo, ya que como Shakespeare pone en boca de Hamlet: «Hay algo más en el cielo y en la tierra, Horacio, de lo que ha soñado tu filosofía».