Íker Casillas, el para bolas de La Roja, término que la carcunda también está tratando de cambiar por algo así como La Gualda, tiene algunos frentes abiertos. El peor, el de su bragueta. Lo siento. No sé si el chico, en la intimidad de sus relaciones, es un picha loca y, tal vez, picha brava. No sé si es más tierno que salvaje, no sé si es capaz de ser salvaje como un león del Parque Kruger sudafricano y al mismo tiempo tierno como un pajarillo que revolotea con el rocío de la mañana sobre el pelo enredado de su amada. No sé nada de eso. Pero veo la tele. Y la tele, algunas teles, han dictaminado. El chico está más salido que un adolescente en viaje de estudios. Hace unos días lo enseñaron junto a su amada caminando por la calle ajeno a la vigilancia extrema de una cámara oculta. El calentón fue tan fuerte que allí, entre los coches, se restregó como pudo.

El objetivo del celoso roba planos era el paquete inflamado del portero, que se tocaba al tiempo que su amada le tocaba el culo. Todo lo que cuento parece fruto de horas y horas de «investigación» periodística, pero no se engañen, la secuencia dura apenas segundos, eso sí, repetidos en un bucle interminable. La amada de Íker se llama Sara Carbonero, reportera en alza de Teleasco, y como periodista que es, con silla en el organigrama de Deportes, ha hecho cinco maletas cinco —detalle que contó en La noria, que es donde los periodistas serios cuentan las cosas— y se ha instalado en un hotel de Johanesburgo, al lado de donde dormirá su amado. Quiero decir que con la señora que le para los goles a Íker, en España y en Sudáfrica, el Mundial está que arde. ¿Es un debate ficticio? Y eso qué importa. Casillas está salido. Lo mirarán con lupa. Otra forma de ver el Mundial.