A esto estuvimos de que unos cuantos niños españoles pidieran a sus padres que los castraran. Y los padres qué iban a hacer, ¿oponerse a los deseos de sus hijos para que crecieran con un trauma, para que no pudieran autorrealizarse, para que los denunciaran por crueldad y maltrato? No, claro, los castrarían porque la ilusión de un niño es lo más importante del mundo. Y más si coincide con los intereses de unas empresas que ganan dinero mientras hacen felices a los niños y a sus papás y a España toda entera. Pero no vamos a tener niños castrados. Las empresas han hecho números y nada más ver que no ganaban el dinero suficiente, han perdido interés por la felicidad ajena. El interés fue enorme hace mes y medio, cuando Antena 3 empezó a emitir Quiero cantar y Telecinco hizo lo mismo con Cántame una canción. Entonces, unos cuantos niños empezaron a ser felices en horario de máxima audiencia y sus padres no digamos. Pero España toda entera no mostró el entusiasmo que se esperaba y un mes y medio después esos programas han desaparecido sin dejar rastro. Si ahora algún niño dice «quiero cantar» tendrá que ir a casa de sus abuelitos a ver si alguno le pide «cántame una canción». Así que en vez de tener a unos cuantos niños pidiendo ser castrados para seguir triunfando en el altar del Dios de las televisiones con su voz prodigiosa, ahora tenemos a unos cuantos niños desconcertados porque quienes antes los adulaban ahora se han cansado de oírles cantar su versión del «Yo no he sido» que había hecho famoso a Bart Simson… por un día. Y tenemos a unos cuantos padres que están decepcionados con Telecinco porque han descubierto que es una empresa capaz de suspender en el último momento y sin contemplaciones el último programa que iban a grabar sólo porque no estaban ganando el dinero que esperaban. Si es que la vida está llena de sorpresas.