Mahatma Gandhi, abogado, pensador y político indio que ha quedado como un apóstol de la no violencia, estaba obsesionado por la castidad. Salvo a un porcentaje pequeño de personas que es indiferente al sexo, la castidad obsesiona tarde o temprano, en un sentido o en el contrario. Majatma significa gran alma y, por contraposición, eso acaba empequeñeciendo el cuerpo. Para mortificarse, Bapu, (padre) como era llamado en la India, dormía y se bañaba con adolescentes desnudas que le llamaban «tío» con todo merecimiento porque eran sobrinas suyas. ¿Hacía falta tal cosa? ¿Quién mortificaba a quién?

Estas cosas pequeñas de un gran hombre acaban de saberse por una biografía de Jad Adams titulada Gandhi: La ambición desnuda que, de no llevar el nombre del indio, parecería un elepé de Madonna. Cuenta Adams que el padre de Gandhi le obligó a casarse a los 13 años y que esa noche el chaval ni siquiera se atrevió a mirar a su mujer. Después, su padre murió cuando él estaba haciendo el amor. Mientras el hijo sentía lo que los franceses llaman «la pequeña muerte», el padre experimentaba la muerte entera y sin más.

Cabe pensar que la mortificación de Gandhi disminuyó con los años pero el efecto conseguido le dejaba completamente satisfecho porque estaba orgulloso de sus eyaculaciones involuntarias de las que ni siquiera era consciente. ¿El día que lo asesinó un radical hindú ni siquiera le alivió aquel dolor crónico en los testículos? Es difícil que lo conservara. Tenía 78 años, lo que en la humanidad anterior a la Viagra dejaba las cosas más claras.

La espiritualidad tiende a unir ayuno y castidad, lo que ratifica lo que sabíamos de la carnalidad. Esa castidad mortificada entre adolescentes desnudas en el baño y en el sueño era una forma de resistencia pasiva a la pulsión, si es que la conservaba, que le sitúa como un pacifista partidario de no hacer la guerra ni el amor, un «ni-ni».