Una cosa son las urnas y otra los tribunales. Dos cosas distintas que, además, no mantienen conexiones, al menos de necesidad. Por eso podemos decir que, entre otras cosas probables, Camps es contradictorio y, por tanto, paradójico. Veamos. Acusa a la oposición cuando dice: «Es antidemocrático intentar llegar a los bancos azules, no a través de las urnas, sino a través de los tribunales», estableciendo con nitidez una separación entre las elecciones y la justicia, pero, aún así, trazando una conexión antidemocrática, pero posible. Sin embargo, por otra parte, y al mismo tiempo y en el mismo discurso que él y los suyos mantienen sobre este asunto, cuando argumenta a favor de su inocencia con los resultados obtenidos en el pasado o con los próximos que están por venir como una especie de plebiscito que le absuelva, recorre el mismo camino pero a la inversa. Apunten: ir de los tribunales a las urnas es antidemocrático, pero no lo es ir de las urnas a los tribunales. Quede claro que no es ilegítimo ni antidemocrático que las decisiones de la justicia influyan en los resultados electorales, aunque sí lo es que los resultados electorales condicionen las decisiones de la justicia.

Me ha llegado un fax, supuestamente de Trillo, en el que asegura que su expresión «giro copernicano», referida a yo qué sé, está sacada de contexto y que él quiso decir «otra vuelta de tuerca», refiriéndose a no sé cuantos. Yo lo digo, aunque preferiría no hacerlo.

Vista la deuda que arrastra el Ayuntamiento de Valencia, Rita Barberá debió agradecer al gobierno su intento de frenarle la deudopatía. No lo hizo, sino lo contrario, a pesar de que algunas dolencias requieren ayuda externa. Ahora recorta en policías y farolas. Un farol. ¿Farolas o faroles?

Esto parece un campeonato mundial de fútbol. En el cruce de cuartos, el capitalismo risueño se deshizo del comunismo, victoria que algún periodista deportivo anunció en un buen titular de prensa: «Fin de la historia». Faltaban, sin embargo, las semifinales: el capitalismo malhumorado vence al Estado social y del bienestar, encogido entre los palos de la propia portería braceando entre la impotencia y la inevitabilidad de los hechos realmente existentes. Mucho me temo que a la final sólo se presente un equipo, con todos y los mejores y los únicos jugadores y entrenadores, o que descubramos que no se trataba de fútbol, sino del premio Planeta, que declararan desierto.