La cuestión del burka, y del velo, que agita Cataluña, parece menor pero podría servir para debatir y establecer una especie de código sobre los límites de las minorías religiosas. Por más esfuerzos de simulación que hagan los imanes, y más inocencia despliegue la progresía buenista, la ocultación total o parcial de la mujer es un modo de exteriorizar e interiorizar el sometimiento, y no un ejercicio de libertad, por lo que es incompatible con la idea europea de los derechos. En mi opinión, el límite está en la cara: una creencia que obligue, en el plano religioso, a ocultarla, va contra el respeto a la personalidad propio del modo de vida que nos hemos dado, y quien nada más poner el pie en un país tiene derecho a sanidad y educación gratuitas debe saber que en ese salto de la intemperie absoluta a derechos tan concretos está obligado, al menos, a asumir algún valor básico.