Olvidémonos de la televisión. Hoy hablaremos de una estupenda iniciativa estatal: abrir los centros educativos para todos los ciudadanos. Por supuesto, el Estado (o sea, todos nosotros) apuesta por mejorar los conocimientos de la ciudadanía, pero en muchas ocasiones esta tarea queda limitada a los jóvenes en edad escolar. Así que es una gran idea que sean todos los ciudadanos sin distinción quienes puedan recibir una clase de historia aunque no estén matriculados en ningún lugar. En este caso, la clase consistió en el visionado de un vídeo didáctico (lástima, no estaba presentado por Troy McClure, a quien tal vez recuerden de Pintura con plomo, deliciosa pero mortal y Aquí llega el sistema métrico) sobre la industrialización en Cataluña a principios del siglo XX, el auge de la burguesía, el movimiento anarquista y la lucha sindical. ¿Menuda chapa? De eso nada. Lo sorprendente es que, aunque ningún profesor iba a suspender a quien no lo viera, fueron casi tres millones de ciudadanos los que lo vieron encantados de que el Estado pusiera un pupitre a su disposición. Lo cierto es que abrir todos los centros educativos de España saldría carísimo. Además habría muchísimos gastos de personal. Y acudiría poca gente, porque ya sólo el desplazamiento sería un engorro. Así que lo mejor sería disponer de un sistema por el que ofrecer este servicio sin tanto gasto y trastorno. Afortunadamente ese sistema existe. Hablemos de televisión. Anteayer por la noche La 1 estrenó la miniserie Ojo por ojo. Una miniserie de dos capítulos ambientada en la Cataluña de principios del siglo XX. Hay quien dice que estos productos son carísimos, pero según cómo se valoren pueden resultar realmente baratos. Al fin y al cabo fue una clase vista por casi tres millones de ciudadanos. Alguno dirá que no es un material didáctico, pero se equivoca: la tele siempre enseña, aunque a veces enseña cosas peores que otras. Y recuerden, el lunes que viene emiten la segunda lección.