La metáfora por excelencia es aquella que nos hace ver el mundo como reflejo nuestro, como si hombres, animales, vegetales y minerales se hubieran creado a nuestra imagen y semejanza y se condujeran según nuestros propios roles. Una furgoneta sospechosa aparcada en la calle Quart devolvió la antigua metáfora a la actualidad más abyecta. En el vehículo había policías espiando. ¿A quién espiaban? Había dos actos «políticos» en las proximidades. En uno se exhibía un documental sobre un viaje a Palestina de una serie de músicos con la claque habitual. En el otro, Rita Barberá presentaba su renovada página web en la sede del PP. Barberá pensó que la husmeaban a ella, o al PP, tanto monta. Es la misma carne. Los propalestinos, con perdón, supieron más tarde, por boca del delegado del Gobierno, que se les vigilaba a ellos. Cada cuál en esta historia es el actor de su propia sombra, pero quién gira el espejo del protagonismo según le conviene es el PP. Los activistas propalestinos son las víctimas reales del caso. Y no ha protestado. O si lo han hecho, nadie les ha tenido en cuenta. Su zozobra es la zozobra de su escasa voz. Barberá es la mártir imaginaria, la heroína que ha decidido inmolarse en una ilusión.

Pero hay que llevar cuidado. Porque la realidad virtual nos devuelve el episodio imaginario como un hecho probado. Cospedal se une a Barberá, Sáenz de Santamaría también, el propio Rajoy se puede aliar tarde o temprano a esta bola efímera de gas, y la especie circula y se agiganta, y en los mercados informativos la paradoja se viste como una conspiración universal. ¿No sería el Mossad, con licencia para matar, el que verdaderamente espiaría a los «propalestinos»? ¿Qué hace la policía española vigilando a ciudadanos reglamentarios con su DNI correspondiente? La charlotada sigue, porque nadie le ha puesto un epílogo razonable. El PP ha ido al juzgado, el juzgado a rechazado la denuncia, el PP ha insistido, Peralta ha acusado al PP de usar las instituciones democráticas como un servicio más del partido, Barberá le ha retrucado. Etcétera.

El sainete se alarga como una clon del método gürteliano en una de sus ramificaciones más caricaturescas o paródicas. Los ingredientes son los mismos: conspiraciones, juzgados, espías, políticos, policías. En medio, los «propalestinos» subrayan el carácter ficticio del caso, la sátira berlanguiana, el espejismo original del caso. Actores a los que nadie ha convidado, pero que fastidian mucho. Eran el objeto de la indagación pero es igual. Nadie se lo cree. Son invisibles. Le tumban la coartada del espionaje al PP pero ese «pequeño» detalle es insignificante. La bola gira a su aire: al aire del PP.

La peripecia bufa de este espionaje de Mortadelo y Filemón, agencia de información, pasará a la microhistoria como la mayor parodia del género Gürtel, que ya ha creado escuela tragicómica.