Como el futuro no existe, afortunadamente, para las personas de mi edad, y me temo que para las de cualquier otra, y el presente es inaprensible porque transcurre a velocidad de vértigo, me zambullo habitualmente en el pasado, que es el mar de la calma y la armonía. Aparte de vagar por IBooks y YouTube con todos los artilugios posibles de Steve Jobs, que Dios bendiga para que siga inventando cosas, buceo habitualmente en las webs de efemérides y aniversarios. Navego investigando concomitancias y coincidencias y, quién sabe, algún signo relevante del pasado susceptible de ser interpretado al estilo de Nostradamus.

En uno de esos periplos descubro que tal día como mañana, un 21 de junio, el solsticio de verano, el día más largo del año en el hemisferio norte, vinimos al mundo en muy distintas décadas Jean Paul Sartre y yo. Lo mío obviamente lo sabía, aunque siempre me negué a celebrarlo. Pero esta coincidencia con el filósofo me hace más llevadera la insoportable gravedad del ser y de su íntima amiga, la nada, y también, por supuesto, el inconveniente de haber nacido. Así que, como la astrología es un azar democrático, y no depende de que sea uno premio Nobel o lector de Pérez Reverte, comparto humildemente con Sartre la singularísima coyuntura astral de esa fecha, celebrada con hogueras por toda Europa, cuándo la dualidad de Géminis da paso al hogareño y confuso Cáncer. Tal día como otro 21 de junio, cuando el filósofo y yo fuimos arrojados al mundo, dicho sea con expresión muy sartreana, y echamos el primer berrido con parecida desgana, la vida es una pasión inútil, dijo, pero pasión al fin y al cabo, tuvo lugar otro evento: el desenlace de la histórica fuga de Varennes. El tontorrón de Luis XVI y María Antonieta, un Borbón y una Habsburgo, fueron capturados en 1791, cuando intentaban huir de la barbarie revolucionaria. No me extraña que fracasaran en su peripecia, teniendo en cuenta la complejidad astrológica de la fecha.

Sartre fue un filósofo y una moda. Los filósofos se leen poco y las modas prescriben. Pero su caso fue la excepción y la estela de su éxito aún persiste. Si uno relee «La náusea» advierte que es uno de los textos más influyentes y hasta plagiados del siglo anterior, que siempre será el mío, en éste ya voy de prestado. Amamos a Sartre, y da igual que nos pasemos por el forro algunas de sus opiniones, le seguimos amando a él.

La estupenda biografía de Annie Cohen-Solal me lo actualizó, me lo «reseteó», como diríamos hoy, hace más de un lustro. Y tiempo después vendría la bomba con la publicación de «Sartre y Beauvoir. La historia de una pareja», de Hazle Rowley, especie de «Sálvame de luxe» monográfico sobre la vida amorosa y, sobre todo sexual, del autor de «El ser y la nada».

Mi curiosidad por el personaje volvió a emerger con esta obra. No sólo fue Sartre el abajo firmante de todas las causas y manifiestos que se le ponían por delante, ríanse ustedes de Almodóvar y la Bardem, sino que encima fue un militante del sexo ávido y compulsivo. Y siempre tejiendo y destejiendo sutilísimos equilibrios para que sus muchas amantes, patrocinadas y mantenidas, pudieran coincidir en el tiempo, y mantener cada una su particular «status», sin romper la baraja. Un maestro de la filosofía, y un campeón del asunto.

Un amigo homosexual me confesó hace poco que su desorbitada promiscuidad le había llevado a confeccionar una hoja de Excel, para el control de sus citas y encuentros eróticos. Me acordé de Sartre, y se lo dije, aunque Jean Paul no pudo disfrutar de las ventajas de la agenda del Iphone, o del maravilloso Ipad, para la correcta administración de su catálogo de amantes y aventuras.

Entre el ser y nada, entre fármaco estimulante y píldora relajante, debió de erguirse ante él la revelación absoluta del orgasmo, único momento animal que nos acerca a lo divino, no digamos ya si el protagonista de la eyaculación es Jean Paul Sartre. Yo desde luego, de haber nacido mujer, habría hecho lo imposible por tener un asunto con el filósofo, y por supuesto habría escrito también algún librito detallando el acontecimiento. Compasivo y solidario como era, proporcionó a muchas jóvenes el momento estelar de sus vidas.

El tipo que ensalzó en su biografía las ventajas de crecer sin tener un padre a mano, se vació sobre miles de hojas de papel y sobre algunos centenares de señoras. No se tomaba mucho interés por la penetración, según cuentan, y disfrutaba con prácticas más epidérmicas. Se definió a sí mismo al escribir que Genet aspiraba a «masturbar el universo», sustituyendo estrellas y asteroides por una inacabable constelación de damas y jovencitas. Y una última coincidencia. Tal día como mañana, nació también la novelista Françoise Sagan, una amiga tardía del filósofo. Aunque nunca celebré mi aniversario, haré una excepción mitómana esta vez, en memoria de Jean Paul y la Sagan, algunos de cuyos personajes exhiben un «ennui» muy sartriano.

Espero que la compleja configuración astrológica de la jornada no hunda la bolsa, o el euro, o mi casa, o lo que sea, ese día.