Mañana, 21 de junio, cambiamos de estación, pero el tiempo de las últimas semanas parece más propicio para el equinoccio de otoño que para el solsticio de verano. Y, aunque ahora parezca mejorar la cosa, no es raro que haya cundido el miedo ante la posibilidad de que tengamos uno de esos veranitos extraños en los que julio o agosto —o ambos— nos salgan rana atmosféricamente y alejen al turismo. Es lo que faltaba; la guinda para agravar la crisis en un país en el que, pase lo que pase, siempre parece que el verano ibérico logra sacarnos las castañas del fuego, tanto por el solaz de las vacaciones como por el balón de oxígeno que, en lo económico, supone la llegada de millones de turistas extranjeros.

Lo digo después de haber escuchado y leído que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) prevé un verano caluroso, con temperaturas por encima de la media. Bueno, si no conociera a decenas de excelentes profesionales de la Aemet, pensaría que el vaticinio es producto de alguna consigna del Gobierno central para evitar lo que siempre teme el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla: que los meteorólogos ahuyenten a los turistas con sus pronósticos de lluvia. Quizá no sea eso y desde el Gobierno no se haya dicho nada, pero también me extrañaría que nadie del entorno de Zapatero haya reparado en lo que puede suponer que, además de todo lo que acontece, nos caiga un verano nada ibérico, es decir, fresco, lluvioso e incompatible con la conocida estampa de los turistas franceses, ingleses y alemanes tostándose en las playa del Mediterráneo. Eso ha sucedido otros años, algunos lejanos y otros más recientes. Ejemplos: 1977, 1996 y 2002. El primero de los tres fue el verano más fresco del siglo XX. Tanto, que en muchas zonas del interior hizo frío y heló algunas noches. Y en 1996 —año de la tragedia de Biescas— y 2002 las tormentas se encargaron de que los paraguas eclipsaran a los bikinis.

Lo único cierto es que no sabemos nada de nada. La Aemet, que apuesta en este tema desde hace varios años, puede acertar o no, pero hay varias contradicciones. Lo que anuncia no coincide con algunas de las predicciones estacionales que, con carácter experimental, realizan organismos internacionales como la NOAA norteamericana. Lo que dan a entender estos pronósticos es, más bien, un verano más fresco y lluvioso de lo normal en gran parte de España. Eso es lo que se anunció en mayo, aunque, al igual que le sucede a la Aemet, el margen de error es notable y se falla muchas veces. En las predicciones climáticas a varios meses vista seguimos en mantillas a pesar de que los pronósticos meteorológicos de hasta 48 o 72 horas tengan, habitualmente, una fiabilidad de más del 90%.

Por tanto, el que quiera puede lanzar la moneda al aire, que siempre tiene un 50% de probabilidades de acertar. Pero saberlo, no lo sabemos. Lo que sí conocemos es lo que está sucediendo o ha sucedido. Como por ejemplo, que climatológicamente el verano empieza el 1 de junio, no el 21. El solsticio de mañana marca la llegada de la estación astronómica, pero en lo atmosférico el trimestre estival es de junio a agosto, y debería haber arrancado el primero de junio. Pero este año, de momento, nos hemos fumado la primera quincena del verano meteorológico y el mar está más frío de lo que toca para la época, algo que influye decisivamente en el comportamiento atmosférico de julio y agosto. No es que la cosa no pueda normalizarse, pero aunque haga calor, desde luego éste no será un verano largo, porque ya ha pasado una parte y ha sido fresca.

En fin, que es lógico que roguemos para que el verano no pase de largo. Y si nos equivocamos al anunciar que hará calor y, en vez de eso, el verano es de rayos y truenos, siempre estamos a tiempo de regalarles chubasqueros a los turistas.

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