En un partido vertical, como el PP, el líder posee total autoridad. Y el líder es Rajoy. Lo es más que nunca por la situación que vive España, por la debilidad de Zapatero y por el clima preelectoral que se ha instalado bajo el horizonte de un posible adelanto electoral. Rajoy se mira en el espejo y se ve ya en la Moncloa. En ese contexto, ¿podría variar el decidido apoyo que ha suministrado a Camps a poco que el presidente valenciano penetre más en la maquinaria judicial del TSJ y el juez Flors retuerza su argumentario jurídico en torno a su figura? La situación se podría tornar insostenible para Rajoy. El líder del PP sabe, como sabemos todos, que lo sustancial es la marca, no quien la lleve a cuestas. En estos momentos la «marca PP» la lleva Camps. Pero dentro de pocos días, el guion jurídico puede dar un vuelco, salpicando el panorama político de manera decisiva. Basta que a Camps se le cambie la calificación. ¿Aguantará Rajoy una campaña en la CV bajo el palio gürteliano?

No es cuestión de votos. Camps arrasaría en las elecciones. Es cuestión de credibilidad. Una campaña (o precampaña, es lo mismo, cada vez la frontera es más vaporosa) bajo la mácula de Gürtel no interesa a Rajoy, quien podría optar por tres escenarios. a) Una transición hasta las elecciones bajo el modelo que inspiró Zaplana y que hizo a José Luis Olivas presidente. b) Una opción mixta: mantener a Camps como presidente pero elegir un cabeza de cartel alternativo. c) Un giro drástico, relevando a Camps de presidente y de candidato.

En la primera opción, Rita Barberá es la elegida. Es cierto, lo rechaza. Lo ha dicho ochenta veces. ¿Pero alguien ha visto alguna vez en un partido ­–cuya «causa» está por encima de la razón crítica y los personalismos– rechazar la voluntad de la formación política y del líder que la representa en un caso de estas dimensiones? Por debajo de Rita está Alberto Fabra, pero no son situaciones análogas. Fabra, además, ha perdido posiciones en la «carrera» porque se postuló, o lo postularon, con excesiva antelación: ha perdido alienteo y el coro de animadores le hace daño. En el otro lado está Sonia Castedo, que se se ha situado en la grada, no en la pista, en esa quietud que da el saberse ajena a los tiempos. Los demás son nombres repetidos hasta vaciarlos en la inverosimilitud. Bastará repetir el de Gerardo Camps para saciar la nómina.

Mientras tanto, el PP valenciano mora en la incertidumbre. Hay demasiados huecos sin cerrar. Ha vuelto Carlos Fabra a otorgar bendiciones y constatar que la línea recta pasa por él. Rus ansía más poder, pero, al igual que a Alberto Fabra, se le nota en exceso. No es bueno santificar el gozo por la megafonía. Ripoll exhibe su porción territorial en cuanto puede. Y Cotino, por citar a alguien del Consell, es un alfil consumido por el escaparate de los negocios familiares.

Ese es el ambiente que, paradójicamente, hace fuerte a Camps. Sus flaquezas se reflejan en el entorno, pero cuando el entorno le devuelve la imagen, como en el cuento, resulta que es más frágil aún que la de Camps. No hay nadie ahí.