La columna de un periódico debería parecerse a una buena serie de televisión. Recuérdese Los Soprano. Apenas hay gente más apegada a tierra que los tipos como Tony Soprano. Pero cuando tiene problemas, siempre lo vemos como un animal al acecho, descuidado y dejándose llevar, repasando los documentales sobre estrategia militar, en la Guerra Mundial o en la antigua China. Nosotros, como él, también estamos en guerra. No en la de Clausewitz, desde luego. Hoy, la economía es la guerra con otros medios. Esa inversión constituye el avance civilizatorio, pues la guerra siempre fue la economía con otros medios. Sin embargo, hoy aquella frase significa algo muy preciso. Excepto la decisión de no recurrir a la violencia armada, todas las demás formas de lucha están encima de la mesa. Esto deberíamos saberlo, porque algunas figuras, como aquella del criminal de guerra o la del enemigo público, quizá deberían encontrar su traducción adecuada en la época de la guerra económica, aquí y ahora.

No darnos cuenta de que ésta es la situación nos impide desplegar la conciencia adecuada. No digo emprender medidas. Digo tomar conciencia. Recuerdo, entre distraído y descuidado, el viejo discurso de Demóstenes «Sobre las simmorías». No deberíamos estar tristes —decía—. Nos encontramos en una situación de la que somos en buena medida culpables. Si lo hubiéramos hecho todo bien, no tendríamos solución. Pero ¡hemos hechos tantas cosas mal, que justo por eso tenemos arreglo! Demóstenes era un tipo genial, pero nos deja su pregunta y se marcha a su limbo: ¿qué hemos hecho mal nosotros? ¿Cuándo empezamos a actuar mal? Todas las encuestas lo dicen. El editorial de este diario lo recordaba el domingo. Lo más decepcionante para los ciudadanos no es la gravedad de la situación, sino que coincida con los líderes más incapaces, a derecha y a izquierda. Estamos en guerra global y nos dirigen chusqueros. Suponemos que hay generales competentes —Guillermo de la Dehesa, en el programa de Gabilondo, parecía uno de ellos— pero no encuentran el camino del mando. La pregunta de Demóstenes adquiere así una gravedad inusitada. Quizá la respuesta a «¿qué hemos hecho mal?» sea ésta: nos hemos hecho malos a nosotros mismos. Y si es la subjetividad lo dañado, ¿cómo emprender el rumbo reflexivo hacia la verdad, hacia la acción adecuada?

En las guerras, lo decisivo es la visión total. Esta es la consigna de Tony Soprano a sus legionarios y capitanes. En el fondo no sabemos en qué consiste esta forma de ver y por eso se supone que es un instinto. Pero no es así. Es un arte reflexivo de mirar lejos y cerca, hacia adelante, hacia atrás y al ahora, todo al mismo tiempo. El presente tiene muchos estratos y reflexionar es radiografiar. «Cuando el niño era niño se preocupaba por la confusión del presente», dice el narrador de «El cielo sobre Berlín». «Y todavía es así», respondía el estribillo final de Peter Handke. ¿De verdad todavía es así? Esa preocupación era la natural actividad del alma. Pero ¿y si hubiésemos perdido el alma? Y si esta pérdida se hubiera consumado, ¿cómo recuperarla? Ofrezco un síntoma de esta dificultad. Clausewitz dijo: en la guerra, lo determinante siempre es el espíritu de la guerra. Nosotros gozamos con ver las canas y las ojeras de Zapatero. Parece la estéril ocupación de un sutil espíritu de venganza.