El azote de la Generalitat, José Cholbi, Síndic de Greuges, ha soltado las riendas flamígeras para acomodarse en la indolencia de lo «correcto». A la Generalitat le ha sacado los colores por cualquier zarandaja momificada. Ahora, sin embargo, acaba de avalar la censura de la exposición Fragments del Muvim, que acaloró, hace unos meses, al PP y revolucionó a la izquierda, ambos de común acuerdo en la transgresión democrática. Dice Cholbi que aquel testimonio gráfico que daba cuenta del curso político no guardaba «la adecuada proporción entre las diversas formaciones políticas» y, ya metido en esos berenjenales indomables, ha exigido «neutralidad». (La neutralidad es al arte lo que la Coca-Cola a la paella). Cholbi ignora que su resolución entierra la autonomía expositiva para entregarla a la política pura y dura. Una manifestación artística, una muestra de objetos creativos —eso era la exposición, con sus subjetividades y sus dudas—, habrá de ser políticamente correcta, así se exhiba la obra de Bacon, de Walker Evans o de Centelles. Es decir, hay que diversificar el contenido para que las diferentes ideologías del espectador estén representadas equitativamente. El dislate no tendría fin. A partir de ahora, el IVAM, pongo por caso, habrá de «compensar» sus disfunciones a poco que cuelgue fotografías de algún cimarrón izquierdoso poco identificable. La dirección elegida por el Síndic nos lleva a recuperar las figuras del comisario político o del censor. Las exequias de la libertad de expresión ya tienen a sus actores preferidos para decorar el ritual funerario.

No es ésa la cuestión, obviamente. Ni siquiera se atiende a la secuencia temporal de la peripecia, que es definitiva. Los expertos levantaron la exposición del Muvim y el poder la retiró tras ser inaugurada: no estuvo de acuerdo con la lectura de los fotógrafos ni con la dirección del centro que la avaló. Ése es el atentado democrático, la cacicada carpetovetónica. La muestra se descolgó de un espacio público que regenta una institución dominada por un partido político. La provisionalidad es inherente al carácter de su representación. Si en el IVAM hiciéramos lo mismo, es decir, si desaprobáramos las instalaciones que afectan a una determinada «sensibilidad» habría que derribar el museo. En sus salas se ha exhibido la descomposición del Papa de Bacon. ¿A quién se le ocurre pintar a Inocencio X así?

Aurelio Izquierdo. El director general de Bancaja ha sido designado consejero de Iberdrola Renovables. Sustituye a María Dolores Herrera, que ha dimitido. En la City valenciana se han desatado los rumores. En negativo, claro. La nueva función de Izquierdo vendría a verificar, según los bisbiseos maledicentes, su pérdida de peso y función. Pues no. O no en este caso. Justo al revés. Son los primeros pasos de Bancaja —los primeros de José Luis Olivas— para domeñar la vasta cartera industrial naciente tras la fusión: la primera cabeza de playa para ejercer el control doméstico de las empresas participadas. Ésa es la característica del movimiento. Vendrán más.